La trampa del “aquí”




Existen adverbios que nos lanzan una emboscada. Son sigilosos en su forma de actuar, se desplazan en el lenguaje con cautela y de forma sibilina para aparecer en su asalto como expresión de lo que en realidad guardamos en el interior, una clara muestra es el adverbio “aquí”. ¿Dónde es ese aquí? Para los migrantes, ese aquí siempre es su país el cual se puede transmutar en una avenida Recoleta, Corrientes, Boyacá, por esa que está abrazada en su memoria con su infancia, sus sentimientos, su añoranza.

Solo hace falta que un migrante este recordando con vivacidad algo que ocurre u ocurrió en su tierra para que acto seguido diga: “Es que aquí las cosas son muy diferentes”, el “aquí” suplanta el “allá”, porque esta última palabra evoca algo tan lejano, tan extraviado, que le resulta extraño a la memoria, un poco incoherente, hablar de algo “allá”, cuando todos los días está anudado al corazón.

Por eso es que no hay trampa que revele más quién es un emigrante que el adverbio “aquí”, porque brota de forma inconsciente y revela una verdad. Como dirían los psicoanalistas, es un “acto fallido”, un desliz que pone de manifiesto una intención contraria a la consciente. Entonces, apenas se pronuncia, aunque se haya barrido todos los vocablos propios, ocultado el tono de piel con polvos mágicos, se exhiba la nueva cédula con la nueva nacionalidad, toda la escena armada se viene abajo.

La escritora Noemí López Trujillo* también lo plasmó: “Todo emigrante es inmigrante, dependiendo de dónde se mire, de la construcción de su “yo”, en cada espacio; lo que lleva a otro detalle: en algunas conversaciones los protagonistas confunden el “aquí”, con el “allí”. Es decir, hablan de España como si estuvieran en ella”.

Este “aquí” también es protegido por el desarraigo, ese sentimiento que dicta que nada es propio donde se está ahora. El “aquí” es necesario para que sobreviva esa parte que se niega a aceptar que ya no se vive donde se nació. Solo así, un fragmento de vida puede seguir latiendo, con sus alegrías y melancolías, sabiendo que en cualquier esquina podrá encontrarse una seña familiar, transportarse kilómetros y por unos minutos dejar de ser extranjero.

Existirán quienes convoquen un pelotón para fusilar ese “aquí” cada mañana cuando necesitan comenzar una nueva historia, dejar atrás tanto dolor. Pero, ese adverbio es insistente, ¿en realidad dejará de aparecer alguna vez?, ¿Será capaz de dejar de resucitar con el mismo brío?, ¿Podrá aceptar algún día que ya no se volverá al hogar abandonado al otro lado de la frontera?

La memoria no cesará de jugar sus cartas y entre ellas estará, como joker, el adverbio “aquí”. Esto quizá no lo entienda (o solo en parte) la persona que jamás ha emigrado. Pero, para aquellos que lo hicieron, la pregunta incesante que los visita antes de dormir es: ¿cuántos años se necesitan para aprender que el nuevo aquí ya no es, por ejemplo, Venezuela, sino Chile, Colombia o España?

©Jhoandry Suárez
Estatua: Bruno Catalano.
* Libro Volveremos: Memoria oral de los que se fueron durante la crisis.

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