La ruleta de emociones



¿Qué nos mueve hoy día? Cuando vamos a lo profundo de las decisiones, ¿encontramos una razón objetiva o un motivo seducido por la emoción? ¿Qué termina dirigiendo nuestras decisiones? ¿Miedo o análisis? ¿Cálculo o esperanza? ¿Cuál es el norte que pisamos? 

***
En algún lugar de Venezuela, imprecisable cuando escribo esto, una Mercedes apaga el televisor, mientras un Jorge cierra sesión de Twitter. ¿Qué hacían dos segundos antes? La mujer viendo la alocución de Maduro; el joven, escuchando a Guaidó. Salen abrumados de la zona de tiro de aquellos discursos. Envueltos por una desesperanza que los cobija. Creer en Mesías es mala práctica en política, piensan.

Mercedes toma la borra del café que queda en la taza. Ahora, molesta. Se siente engañada por 20 años de promesas bajadas del cielo. Gira bruscamente hacia una esquina de su casa y dirige una mirada de desagrado a la parafernalia roja que usaba antes en cada marcha. Hoy decide botarla.

Jorge, creyente de un Capriles, de un Leopoldo, de una María Corina, de un Freddy Guevara, de un etc. de políticos de oposición, cifró sus esperanzas desde enero en ese joven de 35 años, desconocido y cándido, llamado Juan Guaidó. Espero que él fuera el salvador del país el 23 de enero, el 12 de febrero, el 23, pero no ocurrió. Nunca cruzó las puertas de Miraflores. Cree que otra vez una oportunidad de cambio fue fusilada.

***
¿Y si simplemente solo somos objetos de seducción? Pero, ¿de quiénes? ¿Acaso de la publicidad, de la televisión, de los líderes, de las redes sociales, del vecino,  de la cajera de aquella farmacia? ¿Y qué persigue esa seducción? Sin dudas, que despertar emociones para obtener algo, porque la persuasión necesita argumentación y para eso no hay tiempo.

***

En otro lugar de Venezuela, también imprecisable cuando escribo esto, un Ramón corea con la radio: “Leales siempre, traidores nunca”. Lo repite, lo baila, se baña en su propia fidelidad. En cambio, a cientos de metros de distancia, una Liliana de 25 años canta “Vamos bien” mientras mira extasiada un Instagram Live. Se siente electrizada, debajo de la dermis la esperanza palpita, Guaidó ha llegado de su gira latinoamericana.

Ramón se viste de miliciano para su guardia en un hospital cercano. De sus 56 años, agradece por los 20 años que lleva conociendo la revolución. El sonido de la radio se quiebra por un grito: ¡Alerta! Levanta la oreja. Escucha la descripción de una presunta invasión militar a Venezuela. Se le enardecen los ánimos. Aprieta los puños. Un odio detrás del corazón golpetea. Le responde encolerizado a la radio: “Esos yankees no van a pasar. Aquí me tiene comandante Maduro”.

Liliana comienza a imaginar el día después de Venezuela con otro presidente. Ve a su familia y amigos regresar. Abrazos, besos, reuniones de celebración. Se sumerge en la alegría ficticia que crea. Confía en Guaidó. Le expresa a través de Instagram su emoción porque ya está en el país, le muestra sus ganas de reconstruir el presente; en cinco minutos sus dedos son conducidos por una fe renovada. Está preparada para marchar muchas veces más al lado de quien ella considera es el Jefe de Estado.

***
El rumbo de Venezuela parece signado por los sentimientos con los que amanecen los venezolanos. Si un día están esperanzados, salen, si el otro, atemorizados se encierran. Más allá del contexto económico, político y social, hoy parece que el país depende del humor de cada día y de quien aprovecha eso para lograr el cambio o mantenerse. Pasamos de un juego de poder, a uno con una ruleta de emociones. Pero, ¿quién lo ganará?

©Jhoandry Suárez

0 comentarios:

¿Qué te pareció?