Mientras haya luz






Los días en Maracaibo son acechados sin tregua por apagones y fluctuaciones de voltaje. Sin preludio, sin aviso, ellos llegan y te arruinan la Navidad, Día de la Madre o Día del Padre; ningún reparo emocional habita en ellos. ¡Zas! Se fue la luz por segunda vez en el día, ¿Cuándo vendrá? Más fácil preguntar, ¿quién ganará el Mundial? Las horas bullen con el calor de la ciudad y los improperios contra la gestión gubernamental. En tres segundos, las señales de teléfono desaparecerán, la oscuridad sumirá la urbe, cada uno se esfumará en una espera infructuosa.

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¿Cómo se mantiene la defensa de la esperanza? ¿Cómo se le nutre? Fallan los líderes, fallan las fuerzas, fallan los planes, pero la esperanza, maltrecha y pequeña, se mantiene en algunos corazones. Llegan los “realistas” con su caletre: “esto no cambiará nunca”. Pero los esperanzados, toman café, luchan con el tráfico y se montan en su día a día. De alguna manera (¿para qué esgrimir aquí hipótesis?), tienen una reserva de que todo no está perdido. Aún creen que hay luz.

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Paradoja: Maracaibo, la primera ciudad venezolana en contar con electricidad a finales del siglo XIX; ahora, la primera ciudad sin servicio eléctrico entre 10 y 24 horas al día.

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“Venezuela es el mejor país que he conocido”, me dice M, un comerciante con más de 40 años cerca de la plaza Baralt, en la capital zuliana. Por su forma chusca de pronunciar el español percibo que es extranjero. Observo que tiene una bandera de Grecia al lado de una venezolana en el mostrador de su tienda. “Usted es griego, ¿no?”, le pregunto para empatizar con él. “Oh, claro que sí. Qué bueno que reconoces esa bandera. Recorrí muchos países antes de llegar aquí y este ha sido el mejor por su cultura, su gente”, reconoce admirado, una admiración que se quiebra: “Pero ahora, está muy mal. Mi hijo que estudió medicina en LUZ*, tuvo que irse a los Estados Unidos con su familia, allá está taxeando. Es una tristeza”. Y entonces, bruscamente el halo de melancolía apagó el chispazo de emoción con el que me hablaba de este país.

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“¿Y esta vez por qué fue el apagón?”, le preguntó Javier a su amigo, entre ingenuo e interesado. En la parada de autobús en donde aguardaban, los demás lo miraron con reproche. Pregunta errada. Todos sabían la repuesta, era de tontos no conocerla. “¿Qué más va a ser? Un sabotaje”, ironizó alguien. “No falta que lo digan, mijo, –predijo una señora-. Ya uno sabe que ese es el mismo cuento chino”. Un señor de cara adusta agregó: “No le hacen mantenimiento al sistema eléctrico y dicen que es sabotaje. Lo peor es que tienen todas esas instalaciones militarizadas, ¡es increíble!”. Sin más qué decir, el joven recogió su duda fusilada.

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“Tan verdad es que cuando oscurece siempre necesitamos a alguien, como que, cuando amanece, siempre necesitamos recordar que nos queda todavía algún objetivo en la vida”, Enrique Vila-Matas, escritor español.

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Discurso oficial:

En ____ meses solucionaremos el problema eléctrico” (Un mes después) “Hay una guerra eléctrica”.

 “Vamos a trabajar, a producir” (Un mes después) “Si quieren trabajar tienen que comprarse su planta de generación”.

 “Traigan sus máquinas para minar criptomonedas” (Un mes después) “La luz se va porque hay una minería virtual ilegal”.

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En los venezolanos impera una voluntad osada. Una voluntad de sortear las dificultades, de ingeniarse nuevas formas de trabajar y ser solidarios, de mantener la esperanza. La crisis no ha sumido todo en oscuridad, aunque los apagones cubran de noche los días. Todavía hay luz, aunque sea por ratos, pero hay, aún existe. Pero, ¿una luz que espera o apunta a qué?

©Jhoandry Suárez


Foto: portal La Patilla.

*La Universidad del Zulia


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