Destiempo






Llevamos esa sensación de destiempo que no nos desampara, siempre pensando que no estamos en el tiempo de algo, ¿pero de qué? Aunque hayamos cumplido con lo que nos propusimos, seguimos buscando esa respuesta que parece estar afuera. Buscamos liberarnos de ese peso que nos recrimina estar en un tiempo que no nos corresponde porque Otro nos dice cuál es el tiempo en que deberíamos tener/poseer/hacer las cosas. Vivimos para cumplir con esos tres verbos. Entonces nos afanamos a decir amen, a tener/poseer/hacer, pero no faltarán tampoco los instantes en que nos demos cuenta que no es lo que queremos, que ni siquiera nos interesa. Pasados esos instantes de cauta rebeldía, sobrevendrá de nuevo la presión sobre la propia historia. Las flechas de lo “apropiado”, de lo “correcto”, de lo “aceptable” nos apuntarán. Correremos, entonces, de nuevo tras algo. Si llegamos tarde o no llegamos, se nos mirará con la desconfianza del nacionalista frente al extranjero. Se nos acusará de no merecer el tiempo dado: lo hemos “malgastado” en nosotros mismos y no lo hemos aprovechado como se debía. Un matrimonio a los 40 años, una ironía. Un universitario sin trabajo a los 30 años, un fracaso. Un hijo a los 45, un desatino. El tiempo de las cosas es el tiempo del Otro. Nadie ha fijado el momento de nada, pero muchos se creen como dueños y señores de dictarlo. Quien obedece, es bien recibido, alabado, “buen muchacho”, “buena muchacha”. En el camino no interesa quienes están esforzándose por llegar a tiempo. Nadie recuerda los segundos lugares. Siempre a quienes hacen las cosas correctas en el momento justo. No faltará quien aumente esa sensación de angustia reclamándonos: “Apúrate, ya vas a llegar a los… años y todavía no has…”. Hurry up. Rush. Hurry up. El tiempo es un atleta de pies veloces que no descansa. En la ecuación se le olvida al Otro que antes de actuar, somos. Antes de ser tres verbos de acción, estamos fundidos en el verbo “ser”. Pero, ¿dónde queda el tiempo de ser? Ese tiempo no conoce el destiempo porque, como diría la poeta Rebeca Salas: Uno siempre está a tiempo consigo mismo / Los tiempos propios son sagrados / Que no coincidan con los tiempos de los demás, no les quita legitimidad. ¿Nos damos cuenta de nuestras propias manecillas?, ¿Nos damos cuenta a qué ritmo late nuestro corazón y tiempo?, ¿Cómo se consigue el propio reloj de nuestra vida? Cada quien tiene un tiempo finito, sin dudas. Todo lo que tenemos es este reloj de arena llamado vida que segundo a segundo se agota. Hasta que comprendemos que el tiempo es una mentira universal, no existe. Maleable y subjetiva para cada uno. Y habiendo entendido esto, marchamos a nuestro propio ritmo, ininteligible para el resto. Aunque del otro lado nunca cese la imposición del tener/poseer/hacer porque “para eso hemos venido”. Una vez que vivimos según el propio tiempo, nada de eso nos importará. El tiempo se vuelve ligero y afable. Y, aun así, la muerte llegará, con su puntualidad alemana, y todavía los demás dirán: “se murió cuando no le tocaba”.

Jhoandry Suárez
Foto:
Josef Koudelka

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