Rearmarse



Para Beatriz su casa se ha convertido en un sitio peligroso. Peligroso de recuerdos. De nostalgias que acechan. Dos hijos que emigraron hace tres meses le dejaron dos cuartos vacíos, una sala minada de sus objetos y un pasillo atornillado a sus pasos. De día, se mete en una coraza y no demuestra las heridas de guerra que lleva por dentro frente a su esposo y amigos. Una lagrima discreta la delata de vez en cuando, pero nada que no pueda resolver con una explicación tonta: “otra vez me volvió la alergia”. Cuando nadie ve, se rompe el dique en su mirada, las lágrimas se sueltan a rienda suelta. Cascadas de insomnios. En medio de tantos días ha intentado rearmar su vida familiar, entiéndase, la vida con su esposo. Busca apegarse a las menguadas opciones de distracción que le ofrece la ciudad. “Ellos están bien allá”, piensa para justificarse. Pasa horas en la cocina y prepara el pasticho tan elogiado por su marido. Se interna en el jardín y cambia las macetas. Se aferra a retomar una “vida normal”. A volver a colocar todo en “su santo lugar”. Necesita recoger la imagen rota de su realidad y reconstruirla. Le parece que por ratos lo logra. Que por ratos edifica un hogar sin minas.

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Problema #1 cuando se rearma algo: que el resultado final no sea el esperado y no te guste.
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Tres años de periodismo, de calle, de libreta, de grabadora. Movidos. Sin descanso. El país no da espacio al caliche. Julieta lo sabe. Es persistente con las fuentes. Las convence de hablar con ella, aunque el Poder les resuella en la nuca. Teclear, buscar, teclear. Una vida que se ajusta a los dos mil caracteres, a los mil caracteres, a hoy no hay papel, ya no saldremos los lunes, ahora no publicaremos todos los días, seremos semanario, ahora un anuario, ya no habrá más periódico. Cierra otro diario. El cuarto en la ciudad, el trigésimo en el país. El Poder asoma una sonrisa satisfecha. Los pregoneros sienten menos peso en los hombros. Julieta ahora es la community manager de su tío. No por gusto, sino por el bolsillo. Los dedos pierden lo vibrante de la sala de redacción. Le toca adaptarse al nuevo trabajo. No se queja del pago. La vocación es la impertinente: siempre reclamándole que se está “quemando”. Pero le baja volumen a la voz. Recoge las palabras, les coloca emojis y las publica. Las redes sociales ahora son su nuevo papel, su nueva noticia.

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Problema #2: ¿Qué hacer con los tornillos que faltan o los que sobran?

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Del grupo de amigos de Carlos, unos quince, solo quedan Carlos y otros cuatro. Uno murió en una protesta, nadie supo nunca de dónde vino aquella metra en medio de la confusión y los gritos. Otros ocho se terminaron yendo a destinos tan variopintos como Noruega y Turquía. Quedan Sebastián y Penélope, que casados y cada uno por su lado, ahora viven absortos entre varios trabajos y buscando los productos para sus hijos. Por lo tanto, Carlos ha asumido con claridad que solo cuenta con un cuarteto presencial. Sin embargo, cierto día percibió que había chistes que no eran los mismos y faltaban manos que aportaran para la bebida. Así que resolvió buscarse otro grupo de amigos y se integró al de su novia y al de un compañero de trabajo. Se atrevió, incluso, a hacer una mutación entre su cuarteto y aquellos grupos –también reducidos–. Esto lo ayuda a no sentirse tan desamparado los viernes y fines de semana. Un día sencillamente le pareció que había recuperado a sus antiguos amigos en los nuevos rostros. Pero fue un mero espejismo. Un espejismo al que recurre para no sentirse solo en medio de tantas ausencias.  

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Problema #3: descubrir muy tarde que una pieza no encaja.

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Nada nace de la nada. Tiene que haber algo que permita crear a partir de allí. Por eso, para crear una nueva realidad tiene que haber en sus entrañas algo ya conocido, un punto de partida. Y esto lo sabía Vladimir sin saberlo. Sus padres, un emigrante croata casado con una marabina, tenían en casa una decoración bastante mediterránea, combinada con uno que otro adorno de un viaje a Mérida, Táchira o La Colonia Tovar. Toda esta conjugación le recordaba al padre sus raíces, pero a Vladimir, nada, su sangre se sentía más latinoamericana. Ahora, como emigrante croata-venezolano buscaba visos de su venezolanidad en Santiago de Chile. Le urgía escuchar en el acento un “chévere”, toparse con una esquina de las nostalgias: compre sus tequeños aquí, gaita al aire libre, los nuevos inquilinos marabinos del apartamento 34. Esto lo ayudaba a rearmar su vida, a rehacer parte de su identidad y a no sentirse tan lejano de sí mismo.

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Problema #4: hay cosas para las cuales el manual sencillamente se perdió, toca improvisar cómo rearmarlas.

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Hace unos días leí un tuit del periodista Luis Carlos Díaz que me hizo pensar mucho en esa capacidad instintiva de reponerse a la adversidad, decía: “Incluso en las guerras, la gente se casa, nacen bebés, hay celebraciones, se visitan amigos. Nos demostramos que el terror no nos ha vencido”. Entonces, observé con más detenimiento las historias alrededor: muchas son historias que se han o se están rearmando. Historias que se resisten a claudicar y buscan entre los mismos elementos que les quedan, cómo reconstruirse y sobrellevar las pérdidas, la diáspora, el sueño roto, la ilusión truncada. No son enteras, son historias de fragmentos y fragmentos mostradas en un mismo lienzo. Encarando la oscuridad del momento y esperando con ansias recuperar la pieza que les falta o necesitan.  


©Jhoandry Suárez

Foto: Christian Mijares

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