País sin pasaporte
Si
te dijese que en Venezuela no se consigue nada, ya estaría desperdiciando mi
primera línea. Pero, si te dijese que en Venezuela lo que se consiguen son las
ganas de quedarse, ¿me creerías? ¿Mi segunda línea también estaría
desperdiciada?
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—
Quiero aprender inglés porque me voy— aseveró tajante una mujer, sin dejo
dubitativo que permitiera refutar. Quizás su respuesta fue mecánica y producto de
tanto repetirse la razón por la que dejará el país en el que ha vívido 24 años.
Tal vez, la ensayó y seleccionó el vibrato de tensión con el que la
pronunciaría. Todo apunta a que se la aprendió al caletre.
Era
la primera clase de inglés. Parecía que el motivo generalizado de aprender el
idioma como suma al currículo o por interés para expandir los conocimientos quedaba desplazado por un instinto de supervivencia fuera del país.
Y
así, pasó uno por uno y la mayoría entre líneas, en el trasfondo de sus
palabras, buscaban lo mismo: speak
english to go.
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Enumerar
los motivos para quedarse podría sonarles irrisorio a algunos. Sin meditar,
contestarían: “no los hay”. Alegarían los problemas de la economía, los
desaciertos de la política, la falta de oportunidades y un etcétera difícil de
cuantiar. ¿Pero es así tan sencillo para abandonar todo? Las cosas no van bien
y decides irte para siempre, pues volver significaría haber fracasado. Y lo más
acuciante sería: “ir a un país a añorar el propio”, esta frase siempre me la
repite una amiga sin atinar a quién la pronunció, pero atinándole a la melancolía
del venezolano en el exterior.
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Las
fiestas han cambiado su sinonimia de celebración por reunión para tratar
asuntos serios del país. Basta fijarse como entre los entremeses y los
pasapalos, siempre hay quien menciona un atraco reciente, dónde compró tal
producto, las últimas declaraciones de algún funcionario. En un mes he asistido
a dos fiestas cuyo plato fuerte fue: el total de atracos que llevaba cada uno
de los presentes en la conversación y cómo hacer para viajar al exterior.
En
el segundo tema, una de las invitadas dijo triunfante: “en abril (quizá junio,
disculpen mi memoria) me voy a Argentina”. Apenas le objeté: “Argentina me
parece que está en la misma situación nuestra”. Acto seguido, le ofrecí algunas
similitudes. Se indignó. No estaba en sus planes que contradijesen su cuartilla
migratoria. Me señaló con números las ventajas de vivir en la tierra de la
Patagonia. Para evitar futuras posibles objeciones de mi parte, sentenció: “mi
hermana lleva varios meses allá, todos en la casa nos vamos”. Así se deja la
gaita por el tango.
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Es
cuestión de optimismo. Mirar en las adversidades, las oportunidades. Pese a que
esta frase suene cliché y propia de un libro de autoayuda, es la que se necesita
para evitar sentir estupor y ganas de irse cuando se entra a un supermercado y se
encuentra un tour para registrarse en una captahuella, cuando día a día se ven más precios injustos
elevados, cuando se siente próxima la resignación.
Toca
recurrir a esa actitud. Buscar optimismo para digerirlo por silabas, asimilarlo
con todas sus acepciones del diccionario, respirarlo en el propio aire y
procurarlo en el metro cuadrado que le toca vivir a cada uno.
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“El
mayor logro del Poder (sea cual fuere: paterno, económico, religioso, político)
es el desanimo en sus súbditos”, citó un profesor de un autor cuyo nombre olvidó.
¿Qué tan errado estaba ese autor anónimo? ¿Cómo se le hace frente a ese
desanimo? ¿Por qué no habló del logro que conseguía el poder cuando todos se
exiliaban? ¿Será que en cada vuelo rumbo al exterior va más decepción sentada que
ganas de probar suerte?
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La
familia, los amigos, los sueños, la carrera, el trabajo, los conocidos, las
parrandas, los vecinos, la música, las tradiciones, la novia, el amor primero, el
amor platónico, el de toda la vida; el humor, la “calidez humana” del
venezolano, todo forma en sí un mundo de arraigo, cada uno es un universo de
elementos que integran nuestra patria, pero que tal parece se rebaten con el
apelativo de la situación: “la vida está dura”.
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“Aun
así, aun con tanto todo y tanta nada, me gusta creer que, al menos, tenemos la
posibilidad de elegir varias razones o sentidos para salir de la cama y poner
un pie sobre el próximo lunes. Que, en el fondo, todavía podemos vivir,
sabiendo que ninguna eternidad vale la pena sin la espontánea intensidad de los
afectos”, Un mundo raro, Alberto Barrera Tyszka, escritor venezolano. Y bien,
¿Cuántos afectos nos esperarán para sobrevivir allá, fuera de nuestra tierra?
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Tal
vez no logré responder la pregunta del primer párrafo o no te di las respuestas
que urges para evadir la incertidumbre de por qué quedarse. Pero es sencillo,
lo solucionó aquí, hay que quedarse porque el país no puede permanecer en manos
de los indolentes, sino de los optimistas, de los creativos y de los alegres hechos
en Venezuela.
©Jhoandry
Suárez, 2015
Crédito de foto: película Mrs. Nobody
Crédito de foto: película Mrs. Nobody
Para
leer más sobre el tema migratorio te invito a ver mi artículo Sellos en el pasaporte.
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ResponderEliminarEstá bueno, vale la pena pensarlo mejor antes de actuar por instinto.
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