Sellos en el pasaporte

Emigrar. (Del lat. emigrāre). intr. Dicho de una persona, de una familia o de un pueblo: Dejar o abandonar su propio país con ánimo de establecerse en otro extranjero.
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Hace varios días encontré la expresión más grande de la emigración venezolana, la agencia de noticias, Associated Press, reseñó: “Jóvenes venezolanos buscan emigrar a Irlanda”. ¡Irlanda!, un rincón en el confín del mundo, del cual lo que más conocemos es a Bono y su banda U2. “Voy a ciegas a donde sea”, fue lo que declaró uno de los aventureros. “Donde sea” no incluye límites de idioma, cultura, clima ni latitud, emigrar porque ya no se tolera la misma parsimonia, el mismo candor para aceptar las penurias.
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El nuevo fenómeno, las nuevas colas, el nuevo afán: el pasaporte. Antes se solicitaba por si algún día hubiera dinero para viajar. Ahora, en gran medida, es la traducción de la decepción por la falta de oportunidades, de tanta exculpación, de tanta saliva y pocas esperanzas. Entonces, la noticia que con insistencia llama mi atención es esta: “aumenta un 63% la emisión de pasaportes en 2013 frente al 2012”.
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La más grande apología para emigrar: “a los que no les guste la Revolución que se vayan”
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“En Italia, en España, en Portugal, se hablaba de Venezuela como la tierra prometida, y 170.000 italianos, 80.000 españoles, 60.000 portugueses, 16.000 alemanes vinieron al país en menos de 10 años. Entre ellos, por ser los más numerosos, por su tendencia gregaria, los más visibles son los italianos. Solamente en Caracas —el 23 de enero— habían 70.000”. Cuando era feliz e indocumentado, 1959, Gabriel García Márquez,
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“Y vos cuando te graduéis, ¿si pudieras irte, a dónde te irías?”, me preguntó una amiga, casi como una afirmación. La interrogante no me tomó por sorpresa porque se ha hecho frecuente, hasta en mis propios pensamientos. Fui breve. Nombré 3 países, latinoamericanos todos. Hubo un silencio reflexivo. Aun faltaba camino para llegar a nuestro destino. Ella prosiguió con decir el país de su predilección: Colombia; me enumeró los avances petroquímicos que tiene y su decepción con Pequiven. Estupor. Irse para buscar oportunidades en lo que tu país debería ser pionero.
Mi destino ese día fue la Vereda del Lago. Luego de participar allí en una práctica de fotografía, la serenidad lacustre se alteró debido a jóvenes que protestaban en la Universidad Rafael Urdaneta; es decir, el contraste de quienes flirtean con la idea de emigrar: los que exigen un país mejor.   
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Condición de artículos de primera necesidad: en el exilio.
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En la conversación entre dos jóvenes, uno dijo con sobrada propiedad: “Vos podéis solicitar un asilo político, eso sí, es un proceso -resaltó, pero rebatió con esta alentadora sugerencia: pero es más fácil pa’ entrar a Estados Unidos”. Acto seguido, le mencionó  quienes lo hicieron y como obtuvieron un lugar en el norte, en el país injuriado por los oficialistas. El acompañante, poco convencido, solo le señaló: “mejor me quedo tranquilo, esos gringos son muy jodios con eso”
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Hasta los aviones para emigrar, emigran. Air Canada, Alitalia, Iberia y Lufthansa suspendieron operaciones, bien sea porque el gobierno tiene una deuda con ellos o porque la inseguridad diaria los comenzó a afectar. Sea la razón que fuese, alzan vuelo. Hay quien dice que la samba y Copacabana los atrajo, que se fueron a buscar gente para el Mundial Brasil 2014. Que contrasentido, el Mundial nos quita los viajes al mundo.
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Emigrar o no emigrar, he allí la cuestión. Salir de nuestra tierra en busca de lo que no hallamos en ella, a pesar de los esfuerzos. Hastiados de los guarimberos, de la retorica de atribuir culpas, ofuscado por las oportunidades que desaparecen, así es como comienza esta emigración, pero, no descarto que también así se empiece a emigrar de la decepción al trabajo, de las trincheras al ideal común, de la indiferencia al arraigo; en definitiva, emigrar de las ideologías a Venezuela.



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