¿Dónde estamos?




Los televisores venezolanos fungen como escaparate del desfile con más audiencia. Llega el primer político, blanco, azul, rojo u amarillo, da igual, lanza su proclama al país. Acusa, recusa, insulta y sale de escena. Tras de él, le sigue otro. Y así. El día no acaba para un país que hasta la madrugada es tendencia, cuando antes albergaba farras que se extendían y emergencias que se suscitaban. Ahora el insomnio es una necesidad; pegar un parpado es igual a quedarse rezagado. La Constitución brinca de estribo a estribo. Pasa de mano en mano. Sus 332 artículos son interpretados a conveniencia, ¿de quién? se pregunta Josefa desde un bus de Panamericano. 

La respuesta sobreviene: mío parece que no es. Solo sabe que aún no encuentra un kilo de arroz que baje de los 8 mil bolívares. En sus bolsillos guarda unos 5 mil, en billetes de 100 bolívares morados de tantos golpes inflacionarios. Su corazón es un campo floreciente de incertidumbres. Hoy anuncian un trancazo, mañana una marcha y una feria electoral, pasado mañana, aparecen tres puntos suspensivos llenos de intriga. Cansada, sostiene una baranda del autobús. La indignación acaba de tocar a sus cuerdas vocales: aumentaron de nuevo el pasaje. “¿Cómo va a ser posible?”, le alcanza a decir al colector quien la mira con desdén y con voz insolente, y casi automática, le responde: “Señora sino le gusta se puede bajar”. Bajarse en la nada y esperar dos horas más fueron las imágenes que se le atravesaron para tragarse la amenaza y aferrarse con más fuerza e impotencia a la baranda del vehículo. 

Alguien allí mismo despotrica contra el Gobierno, mientras que otro habla mal de la Oposición. El smog del transporte público se mezcla con un aire pesado de intolerancia. No te escucho. Yo tengo la razón. Tú siempre has estado errado. Mientras ellos se debaten en una discusión infructuosa, el bloqueo de una vía los hace chillar de hastío. “Me tengo que desviar”, anuncia el colector. Un quejido colectivo se explaya. La radio, llena de guaracha y de rato en rato, de vallenato, cede su espacio para la canción de la Constituyente. Algunos, presos por lo hipnótico de la tonada, la tararean. Otros sienten una palmada en la espalda y comienzan a alabar al Presidente. El ambiente de intolerancia se encrespa otra vez en el momento que alguien refiere lo absurdo de esas elecciones. “Dictador” y “terroristas” son las palabras vociferadas. Josefa se mantiene al margen del ambiente tenso. Su opinión es clara, aunque reservada: el Poder está fallando. 

Al llegar, fatigada de un viaje satinado de país, se siente abatida, no consiguió el arroz en un precio “módico”, gastó 200 bolívares más en el pasaje y tardó una hora más en el trayecto a su casa. Al cruzar el pórtico de su hogar encuentra el televisor de la sala encendido. El desfile ha comenzado. Entonces, se siente confundida, porque en lugar de una Venezuela, pareciera que viera quince. No obstante, a ella le tocó quedarse en la que está llena de penurias ¿Cuánto daría por mudarse a aquella que enarbolan como una maravilla?

©Jhoandry Suárez 

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