La ruleta de emociones
¿Qué nos mueve hoy día? Cuando vamos a
lo profundo de las decisiones, ¿encontramos una razón objetiva o un motivo
seducido por la emoción? ¿Qué termina dirigiendo nuestras decisiones? ¿Miedo o
análisis? ¿Cálculo o esperanza? ¿Cuál es el norte que pisamos?
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En algún lugar de Venezuela,
imprecisable cuando escribo esto, una Mercedes apaga el televisor, mientras un
Jorge cierra sesión de Twitter. ¿Qué hacían dos segundos antes? La mujer viendo
la alocución de Maduro; el joven, escuchando a Guaidó. Salen abrumados de la
zona de tiro de aquellos discursos. Envueltos por una desesperanza que los
cobija. Creer en Mesías es mala práctica en política, piensan.
Mercedes toma la borra del café que
queda en la taza. Ahora, molesta. Se siente engañada por 20 años de promesas
bajadas del cielo. Gira bruscamente hacia una esquina de su casa y dirige una
mirada de desagrado a la parafernalia roja que usaba antes en cada marcha. Hoy
decide botarla.
Jorge, creyente de un Capriles, de un
Leopoldo, de una María Corina, de un Freddy Guevara, de un etc. de políticos de
oposición, cifró sus esperanzas desde enero en ese joven de 35 años,
desconocido y cándido, llamado Juan Guaidó. Espero que él fuera el salvador del
país el 23 de enero, el 12 de febrero, el 23, pero no ocurrió. Nunca cruzó las
puertas de Miraflores. Cree que otra vez una oportunidad de cambio fue
fusilada.
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¿Y si simplemente solo somos objetos de
seducción? Pero, ¿de quiénes? ¿Acaso de la publicidad, de la televisión, de los
líderes, de las redes sociales, del vecino, de la cajera de aquella farmacia? ¿Y qué persigue
esa seducción? Sin dudas, que despertar emociones para obtener algo, porque la
persuasión necesita argumentación y para eso no hay tiempo.
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En otro lugar de Venezuela, también imprecisable
cuando escribo esto, un Ramón corea con la radio: “Leales siempre, traidores
nunca”. Lo repite, lo baila, se baña en su propia fidelidad. En cambio, a cientos de metros de distancia, una Liliana de 25 años canta “Vamos bien” mientras mira extasiada un
Instagram Live. Se siente electrizada, debajo de la dermis la esperanza
palpita, Guaidó ha llegado de su gira latinoamericana.
Ramón se viste de miliciano para su
guardia en un hospital cercano. De sus 56 años, agradece por los 20 años que
lleva conociendo la revolución. El sonido de la radio se quiebra por un grito:
¡Alerta! Levanta la oreja. Escucha la descripción de una presunta invasión
militar a Venezuela. Se le enardecen los ánimos. Aprieta los puños. Un odio
detrás del corazón golpetea. Le responde encolerizado a la radio: “Esos yankees
no van a pasar. Aquí me tiene comandante Maduro”.
Liliana comienza a imaginar el día
después de Venezuela con otro presidente. Ve a su familia y amigos regresar. Abrazos,
besos, reuniones de celebración. Se sumerge en la alegría ficticia que crea.
Confía en Guaidó. Le expresa a través de Instagram su emoción porque ya está en el país, le muestra sus ganas de reconstruir el presente; en cinco minutos sus dedos
son conducidos por una fe renovada. Está preparada para marchar muchas veces
más al lado de quien ella considera es el Jefe de Estado.
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El rumbo de Venezuela parece signado
por los sentimientos con los que amanecen los venezolanos. Si un día están
esperanzados, salen, si el otro, atemorizados se encierran. Más allá del
contexto económico, político y social, hoy parece que el país depende del humor
de cada día y de quien aprovecha eso para lograr el cambio o mantenerse. Pasamos de un juego de poder, a uno con una ruleta de emociones. Pero, ¿quién lo ganará?
©Jhoandry
Suárez
Excelente, más real imposible 👏
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