Solo 12 horas para salvarlo
Gabriel
García Márquez
De Cuando
era feliz e indocumentado
(Recopilación de crónicas y reportajes en Caracas)
Este niño de 18 meses, condenado a muerte por
la leve mordedura de un perro, sólo tenía un sábado de vida. La única droga que
podía derogar la sentencia se hallaba a 5.000 kilómetros.
Había sido una mala
tarde de sábado. El calor empezaba en Caracas. La avenida de Los Ilustres,
descongestionada de ordinario, estaba imposible a causa de las cornetas de los
automóviles, del estampido de las motonetas, de la reverberación del pavimento
bajo el ardiente sol de febrero y de la multitud de mujeres con niños y perros
que buscaban sin encontrarlo el fresco de la tarde. Una de ellas, que salió de
su casa a las 3.30 con el propósito de dar un corto paseo, regresó contrariada
un momento después. Esperaba dar a luz la semana próxima. A causa de su estado,
del ruido y el calor, le dolía la cabeza. Su hijo mayor, 18 meses, que paseaba
con ella, continuaba llorando porque un perro juguetón, pequeño y excesivamente
confianzudo, le había dado un mordisco superficial en la mejilla derecha. Al
anochecer le hicieron una cura de mercurio cromo. El niño comió normalmente y
se fue a la cama de buen humor.
En su apacible pent-house
del edificio Emma, la señora Ana de Guillén supo esa misma noche que su perro
había mordido un niño en la avenida Los Ilustres. Ella conocía muy bien a Tony,
el animal que ella misma había criado y adiestrado y sabía que era afectuoso e
inofensivo. No le dio importancia al incidente. El lunes cuando su marido
regresó del trabajo, el perro le salió al encuentro. Con una agresividad
insólita, en vez de mover la cola, le rasgó el pantalón. Alguien subió a
decirle, en el curso de la semana, que Tony había tratado de morder un vecino
en la escalera. La señora Guillen atribuyó al calor la conducta de su perro. Lo
encerró en el dormitorio, durante el día, para evitar inconvenientes con los
vecinos. El viernes, sin la menor provocación, el perro trató de morderla a
ella. Antes de acostarse lo encerró en la cocina, mientras se le ocurría una
solución mejor. El animal, rasguñando la puerta, lloró toda la noche. Pero
cuando la muchacha de servicio entró a la cocina a la mañana siguiente, lo
encontró blando y pacífico, con los dientes pelados y llenos de espuma. Estaba
muerto.
6 a.m. un perro
muerto en la cocina
El 1º de marzo fue un
sábado más para la mayoría de los habitantes de Caracas. Pero para un grupo de
personas que ni siquiera se conocían entre sí, que no sufren de la superstición
del sábado, que despertaron aquella mañana con el propósito de cumplir una
jornada ordinaria, en Caracas, Chicago, Maracaibo, Nueva York, y aún a 12.000
pies de altura, en un avión de carga que atravesaba el Caribe rumbo a Miami,
aquella fecha había de ser una de las más agitadas, angustiosas e intensas. Los
esposos Guillen, puestos de frente a la realidad por el descubrimiento de la
sirvienta, se vistieron a la carrera y salieron a la calle sin desayunar. El
marido fue hasta el abasto de la esquina, buscó apresuradamente en la guía
telefónica y llamó al Instituto de Higiene, en la Ciudad Universitaria, donde,
según había oído decir, se examina el cerebro de los perros muertos por causas
desconocidas, para determinar si habían contraído la rabia. Era aún muy
temprano. Un celador de voz soñolienta le respondió que nadie llegaría hasta
las 7.30.
La señora de Guillén
debía recorrer un camino largo y complicado antes de llegar a su destino. En
primer término necesitaba recordar, a esa hora, en la avenida Los Ilustres,
donde empezaban a circular los buenos y laboriosos vecinos que nada tenían que
ver con su angustia, quién le había dicho el sábado de la semana pasada que su
perro había mordido a un niño. Antes de las 8, en un abasto, encontró una
sirvienta portuguesa que creyó haber oído la historia del perro de una vecina
suya. Era una pista falsa. Pero más tarde tuvo la información aproximada de que
el niño mordido vivía muy cerca de la Iglesia de San Pedro, en Los Chaguaramos.
A las 9 de la mañana, una camioneta de la cercana Unidad Sanitaria se llevó el
cadáver del perro para examinarlo. A las 10, después de haber recorrido uno a
uno los edificios más cercanos a la Iglesia de San Pedro, preguntando quién
tenía noticia de un niño mordido por un perro, la señora de Guillen encontró
otro indicio. Los albañiles italianos de un edificio en construcción, en la
avenida Ciudad Universitaria, habían oído hablar de eso en el curso de la
semana. La familia del niño vivía a 100 metros del lugar que la angustiada
señora de Guillen había explorado centímetro a centímetro durante toda la
mañana, edificio "Macuto", apartamento número 8. En la puerta había
una tarjeta de una profesora de piano. Había que oprimir el botón del timbre a
la derecha de la puerta y preguntarle a la sirvienta gallega por el señor Reverón.
Carmelo Martín
Reverón había salido aquel sábado, como todos los días, salvo el domingo, a las
7.35 de la mañana. En su Chevrolet azul claro, que estaciona en la puerta del
edificio, se había dirigido a la esquina de Velázquez. Allí está situada la
empresa de productos lácteos donde trabaja hace cuatro años. Reverón es un
canario de 32 años que sorprende desde el primer momento por su espontaneidad y
sus buenas maneras. No tenía ningún motivo de inquietud aquella mañana de
sábado. Tenía una posición segura y la estimación de sus compañeros de trabajo.
Se casó hace dos años. Su hijo mayor, Roberto, había cumplido los 18 meses en
buena salud. El último miércoles, había experimentado una nueva satisfacción:
su esposa había dado a luz una niña.
En su calidad de delegado
científico, Reverón pasa la mayor parte del tiempo en la calle, visitando a la
clientela. Llega a los laboratorios a las 8 de la mañana, despacha los asuntos
más urgentes, y no vuelve hasta el otro día, a la misma hora. Ese sábado, por
ser sábado volvió al laboratorio, excepcionalmente, a las 11 de la mañana.
Cinco minutos después lo llamaron por teléfono.
Una voz que él no
había escuchado jamás, pero que era la voz de una mujer angustiada, le
transformó aquel día apacible, con cuatro palabras, en el sábado más
desesperado de su vida. Era la señora de Guillen. El cerebro del perro había
sido examinado y el que en ese instante el virus de la rabia había hecho
resultado no admitía ninguna duda: positivo. El niño había sido mordido siete
días antes. Eso quería decir progresos en su organismo. Había tenido tiempo de
incubar. Con mayor razón en el caso de su hijo, pues la mordedura había sido en
el lugar más peligroso: la cara.
Reverón recuerda como
una pesadilla los movimientos; que ejecutó desde el instante mismo en que colgó
el teléfono. A las 11.35 el doctor Rodríguez Fuentes, del Centro Sanitario,
examinó al niño, aplicó una vacuna antirrábica, pero no ofreció muchas
esperanzas. La vacuna antirrábica, que se fabrica en Venezuela, y que sólo ha
dado muy buenos resultados, empieza a actuar siete días después de aplicada.
Existía el peligro de que, en las próximas 24 horas, el niño sucumbiera a la
rabia, una enfermedad tan antigua como el género humano, pero contra la cual la
ciencia no ha descubierto aún el remedio. El único recurso es la aplicación de
morfina para apaciguar los terribles dolores, mientras llega la muerte.
El doctor Rodríguez
Fuentes fue explícito: la vacuna podría ser inútil. Quedaba el recurso de
encontrar, antes de 24 horas, 3.000 unidades de Iperimune, un suero antirrábico
fabricado en los Estados Unidos. A diferencia de la vacuna, el suero antirrábico
empieza a actuar desde el momento de la primera aplicación. 3.000 unidades no
ocupan más espacio ni pesan más que un paquete de cigarrillos. No tendrían por
qué costar más de 30 bolívares. Pero la mayoría de las farmacias de Caracas que
fueron consultadas, dieron la misma respuesta: "No hay". Incluso
algunos médicos no tenían noticias del producto, a pesar de que apareció por
primera vez en los catálogos de la casa productora en 1947. Reverón tenía 12
horas de plazo para salvar a su hijo. La medicina salvadora estaba a 5.000 Kms.
de distancia, en los Estados Unidos, donde las oficinas se preparaban a cerrar
hasta el lunes.
12m. Víctor Saume da el S.O.S.
El desenfadado Víctor
Saume interrumpió el Show de las 12,
en Radio Caracas-Televisión, para transmitir un mensaje urgente. "Se ruega
—dijo— a la persona que tenga ampollas de suero antirrábico Iperimune, llamar
urgentemente por teléfono. Se trata de salvar la vida de un niño de 18
meses". En ese mismo instante, un hermano de Carmelo Reverón transmitía un
cable a su amigo Justo Gómez, en Maracaibo, pensando que alguna de las
compañías petroleras podía disponer de la droga. Otro hermano se acordó de un
amigo que vive en Nueva York —Mr. Robert Hester— y le envió un cable urgente,
en inglés, a las 12.05 horas de Caracas. Mr. Robert Hester se disponía a
abandonar la lúgubre atmósfera newyorkina invernal para pasar el week-end en los suburbios, invitado por
una familia amiga. Cerraba la oficina cuando un empleado de la All American
Cable le leyó por teléfono el cable que en ese instante había llegado de
Caracas. La diferencia de media hora entre las dos ciudades favoreció aquella
carrera contra el tiempo.
Un televidente de La
Guaira, que almorzaba frente a la televisión, saltó de la silla y se puso en
contacto con un médico conocido. Dos minutos después pidió una comunicación con
Radio Caracas y aquel mensaje provocó, en los próximos cinco minutos, cuatro
telefonemas urgentes. Carmelo Reverón, que no tiene teléfono en su casa se
había trasladad do con el niño al número 37 de la calle Lecuna, Country Club,
donde vive uno de sus hermanos. Allí recibió, a las 12.32, el mensaje de La
Guaira: de la Unidad Sanitaria da aquella ciudad informaban que tenían
Iperimune. Una radiopatrulla del tránsito, que se presentó espontáneamente, lo
condujo allí en 12 minutos, a través del tránsito abigarrado del mediodía,
saltando semáforos a 100 kilómetros por hora. Fueron 12 minutos perdidos. Una
parsimoniosa enfermera aletargada, frente al ventilador eléctrico, le informó
que se trataba de un error involuntario.
—Iperimune no tenemos
—dijo—. Pero tenemos grandes cantidades de vacuna antirrábica.
Esa fue la única respuesta
concreta que ocasionó el mensaje por la T.V. Era increíble que en Venezuela no
s encontrara suero antirrábico. Un caso como el del niño Reverón, cuyas horas
estaban contadas, podía ocurrir en cualquier momento. Las estadísticas
demuestran que todos los años se registran casos de personas que mueren a
consecuencia de mordeduras de perros rabiosos. De 1950 a 1952, más de 5.000
perros mordieron 8.000 habitantes de Caracas. De 2.000 puestos en observación,
500 estaban contaminados. En esos 2 años, 20 venezolanos murieron contaminados
por las mordeduras.
En los últimos meses,
las autoridades de higiene, inquietas por la frecuencia de los casos de rabia,
han intensificado las campañas de vacunación. Oficialmente, se están haciendo
500 tratamientos por mes. El doctor Briceño Rossi, director del Instituto de
Higiene y autoridad internacional en la materia, hace someter a una rigurosa
observación de 14 días a los perros sospechosos. Un 10% resulta contaminado. En
Europa y los Estados Unidos, los perros, como los automóviles, necesitan una
licencia. Se les vacuna contra la rabia y se les cuelga del cuello una placa de
aluminio donde está grabada la fecha en que caduca su inmunidad. En Caracas, a
pesar de los esfuerzos del doctor Briceño Rossi, no existe una reglamentación
en ese sentido. Los perros vagabundos se pelean en la calle y se transmiten un
virus que luego transmiten a los humanos. Era increíble que en esas
circunstancias no se encontrara suero antirrábico en las farmacias y que
Reverón hubiera tenido que recurrir a la solidaridad de personas que ni
siquiera conocía, que ni siquiera conoce aún, para salvar a su hijo.
"El lunes será demasiado tarde"
Justo Gómez, de
Maracaibo, recibió el cable casi al mismo tiempo que Mr. Hester en Nueva York.
Sólo un miembro de la familia Reverón almorzó tranquilo aquel día: el niño.
Hasta ese momento gozaba de una salud aparentemente perfecta. En la clínica, su
madre no tenía la menor sospecha de lo que estaba ocurriendo. Pero se inquietó
a la hora de las visitas ordinarias, porque su marido no llegó. Una hora
después, uno de sus cuñados, aparentando una tranquilidad que no tenía, fue a
decirle que Carmelo Reverón iría más tarde.
Seis llamadas
telefónicas pusieron a Justo Gómez, en Maracaibo, sobre la pista de la droga.
Una compañía petrolera, que hace un mes se vio precisada a traer Iperimune de
los Estados Unidos para uno de sus empleados, tenía 1.000 unidades. Era una
dosis insuficiente. El suero se administra de acuerdo con el peso de la persona
y la gravedad del caso. Para un niño de 40 libras, bastan 1.000 unidades,
veinticuatro horas después de la mordedura. Pero el niño Reverón, que pesa 35,
había sido mordido siete días antes, y no en una pierna sino en la cara. El
médico creía necesario aplicar 3.000 unidades. En circunstancias normales, esa
es la dosis para un adulto de 120 libras. Pero no era el momento de rechazar
1.000 unidades, cedidas gratuitamente por la compañía petrolera, sino de
hacerlas llegar, en el término de la distancia, a Caracas. A la 1.45 de la
tarde, Justo Gómez comunicó por teléfono que se trasladaba al aeródromo de
Grano de Oro, Maracaibo, para enviar la ampolla. Uno de los hermanos de Reverón
se informó de los aviones que llegarían en esa tarde a Maiquetía y supo que a
las 5.10 aterrizaba un avión L-47 procedente de Maracaibo. Justo Gómez, a 80
kilómetros por hora, fue al aeródromo, buscó alguna persona conocida que
viniera a Caracas, pero no la encontró. Como había puesto en el avión y no se
podía perder un minuto, compró un pasaje en el aeródromo y se vino a traerla
personalmente.
En Nueva York, Mr.
Hester no cerró la oficina. Canceló el week-end,
solicitó una comunicación telefónica con la primera autoridad en la materia de
los Estados Unidos, en Chicago, y recogió toda la información necesaria sobre
el Iperimune. Tampoco allí era fácil conseguir el suero. En los Estados Unidos,
debido al control de las autoridades sobre los perros, la rabia está en vías de
desaparición total. Hace muchos años que no se registra un caso de rabia en seres
humanos. En el último año, sólo se registraron 20 casos de animales rabiosos en
todo el territorio, y precisamente en dos de los Estados de la periferia, en la
frontera mexicana: Texas y Arizona. Por ser una droga que no se vende, las
farmacias no la almacenan. Puede encontrarse en los laboratorios que producen
el suero. Pero los laboratorios que producen el suero habían cerrado a las 12.
Desde Chicago, en una nueva llamada telefónica le dijeron a Mr. Hester dónde
podía encontrar Iperimune en Nueva York. Consiguió 3.000 unidades, pero el
avión directo a Caracas había salido un cuarto de hora antes. El próximo vuelo
regular —Delta, 751— saldría en la noche del domingo y no llegaría a Maiquetía
sino el lunes. Con todo, Mr. Hester envió las vacunas al cuidado del capitán y
puso un cable urgente a Reverón, con todos los detalles incluso el número de
teléfono del Delta en Caracas —55.84.88— para que se pusiera en contacto con
sus agentes y recibiera la droga en Maiquetía, al amanecer del lunes. Pero
entonces podía ser demasiado tarde.
Carmelo Reverón había
perdido dos horas preciosas, cuando entró, jadeante, a las oficinas de la Pan
American, en la avenida Urdaneta. Lo atendió el empleado de turno en la sección
de pasajes, Carlos Llorente. Eran las 2.35. Cuando supo de qué se trataba,
Llorente tomó el caso como cosa propia, y se hizo el firme propósito de traer
los sueros, desde Miami o Nueva York, en menos de 12 horas. Consultó los
itinerarios. Expuso el caso al gerente de tráfico de la compañía, Mr. Roger
Jarman, quien hacía la siesta en su residencia y pensaba bajar a las 4 a La
Guaira. También Mr. Jarman tomó el problema como cosa propia, consultó por
teléfono al médico de la PAA en Caracas, el doctor Herbig —avenida Caurimare,
Colinas de Bello Monte— y en una conversación de 3 minutos aprendió todo lo que
se puede saber sobre Iperimune. El doctor Herbig, un típico médico europeo, que
se entiende en alemán con sus secretarias, estaba precisamente preocupado por
el problema de la rabia en Caracas antes de conocer el caso del niño Reverón.
El mes pasado atendió dos casos de personas mordidas por animales. Hace 15
días, un perro murió en la puerta de su consultorio. El doctor Herbig lo
examinó, por pura curiosidad científica, y no le cupo la menor duda de que había
muerto de rabia.
Mr. Jarman se
comunicó por teléfono con Carlos Llorente y le dijo: "Agote todos los
recursos para hacer venir los sueros". Esa era la orden que Llorente
esperaba. Por un canal especial, reservado a los aviones en peligro, transmitió
a las 2.50, un cable a Miami, Nueva York y Maiquetía. Llorente lo hizo con un
perfecto conocimiento de los itinerarios. Todas las noches, salvo los domingos,
sale de Miami hacia Caracas un avión de carga, que llega a Mai-quetía a las
4.50 de la madrugada del día siguiente. Es el vuelo 399. Tres veces por semana
—lunes, jueves y sábado— sale de Nueva York el vuelo 207, que llega a Caracas
al día siguiente, a las 6.30. Tanto en Miami como en Nueva York disponían de 6
horas para encontrar el suero. Se informó a Maiquetía para que allí estuvieran
pendientes de la operación. Todos los empleados de Pan American recibieron la
orden de permanecer alerta a los mensajes que llegaran esa tarde de Nueva York
y Miami. Un avión de carga, que volaba hacia los Estados Unidos, captó el
mensaje a 12.000 pies de altura y lo retransmitió a todos los aeródromos del
Caribe. Completamente seguro de sí mismo, Carlos Llorente, que estaría de turno
hasta las 4 de la tarde, mandó a Reverón a su casa con una sola instrucción:
—Llámeme a las 10.30
al teléfono 71.87.50. Es el teléfono de mi casa.
En Miami, R.H.
Steward, el empleado de turno en la sección de pasajes, recibió casi
instantáneamente el mensaje de Caracas, por los teletipos de la oficina. Llamó
por teléfono, a su casa, al doctor Martín Mangels, director-niédico de la
División Latinoamericana de la compañía, pero debió hacer dos llamadas más
antes de localizarlo. El doctor Mangels se hizo cargo del caso. En Nueva York,
10 minutos después de recibir el mensaje encontraron una ampolla de 1.000
unidades, pero a las 8.35 habían perdido las esperanzas de encontrar el resto.
El doctor Mangels, en Miami, casi agotados los últimos recursos, se dirigió al
Hospital Jackson Memorial, que se comunicó inmediatamente con todos los
hospitales de la región. A las 7 de la noche, el doctor Mangels, esperando en
su casa, no había recibido ninguna respuesta del Hospital Jackson. El vuelo 339
salía dentro de dos horas y media. El aeródromo estaba a 20 minutos.
Ultimo minuto: Grado y medio de fiebre
Carlos Llorente, un
venezolano de 28 años, soltero, entregó el turno a Rafael Carrillo, a las 4, y
le dejó instrucciones precisas sobre lo que tenía que hacer en caso de que
llegaran los cables de los Estados Unidos. Llevó a lavar su automóvil modelo
55, verde y negro, pensando que a esa hora, en Nueva York y Miami, todo un
sistema estaba en movimiento para salvar al niño Reverón. Desde la bomba donde
lavaban el automóvil, llamó por teléfono a Carrillo y éste le dijo que aún no
había llegado ninguna noticia. Llorente empezó a preocuparse. Se dirigió a su
casa, avenida La Floresta, La Florida, donde vive con sus padres y comió sin
apetito, pensando que dentro de pocas horas Reverón llamaría por teléfono y no
tendría ninguna respuesta. Pero a las 8.35, Carrillo lo llamó desde la oficina
para leerle un cable que acababa de llegar de Nueva York: en el vuelo 207, que
llegaría a Maiquetía el domingo a las 6.30 de la mañana, venían 1.000 unidades
de Iperimune. A esa hora, un hermano de Reverón había recibido a Justo Gómez,
que se bajó del avión de Maracaibo dando saltos, con las primeras 1.000
unidades que fueron inyectadas al niño esa misma tarde. Faltaban 1.000
unidades, además de las 1.000 que con absoluta seguridad venían de Nueva York.
Como Reverón no había dejado ningún teléfono, Llorente no lo puso al tanto de
los acontecimientos, pero salió un poco más tranquilo, a las 9, a una
diligencia personal. Dejó a su madre, por escrito, una orden:
—El señor Reverón
llamará a las 10.30. Que llame inmediatamente al señor Carrillo, a la oficina
de la PAA.
Antes de salir, llamó
él mismo a Carrillo y le dijo que en lo posible, no ocupara la línea central
después de las 10.15, para que Reverón no encontrara el teléfono ocupado. Pero
a esa hora, Reverón sentía que el mundo se le caía encima. El niño después de
que se le inyectó la primera dosis de suero, no quiso comer. Esa noche no
manifestó la misma viveza que de costumbre. Cuando fueron a acostarlo tenía un
poco de fiebre. En algunos casos, muy poco frecuentes, el suero antirrábico
ofrece ciertos peligros. El doctor Briceño Rossi, del Instituto de Higiene, no
se ha decidido a fabricarlo mientras no esté absolutamente convencido de que la
persona inyectada no corre ningún riesgo. La fabricación de la vacuna ordinaria
no ofrece complicaciones: para los animales, es un virus vivo en embrión de
pollo, que da una inmunidad de 3 años en una sola dosis. Para los humanos, se
fabrica a partir del cerebro del cordero. Cuando se dio cuenta de que su niño
tenía fiebre, Reverón que sabía que la producción del suero es más delicada,
consideró perdidas todas las esperanzas. Pero su médico lo tranquilizó. Dijo
que podía ser una reacción natural.
Dispuesto a no
dejarse quebrantar por las circunstancias Reverón llamó a casa de Llorente a
las 10.25. No lo hubiera hecho si hubiera sabido que a esa hora no había sido
enviada ninguna respuesta desde Miami. Pero el Hospital Jackson comunicó a las
8.30 al doctor Mangels que había conseguido 5.000 unidades después de una
gestión relámpago en un pueblo vecino. El doctor Mangels recogió las ampolletas
personalmente y se dirigió con ellas, a toda velocidad, al aeródromo, donde un
DC-6-B se preparaba para iniciar el vuelo nocturno. Al día siguiente no había
avión para Caracas. Si el doctor Mangels no llegaba a tiempo tendría que
esperar hasta el lunes en la noche. Sería demasiado tarde. El capitán Gillis,
veterano de Corea y padre de dos niños, recibió personalmente las ampolletas y
las instrucciones, escritas de puño y letra por el doctor Mangels. Se dieron un
apretón de manos. El avión decoló a las 9.30 en el momento en que el niño
Reverón, en Caracas, tenía un grado y medio de fiebre. El doctor Mangels vio
desde la helada terraza del aeródromo el decolaje perfecto del avión. Luego
subió de dos en dos los escalones, hacia la torre de control, y dictó un
mensaje para ser transmitido a Caracas por canal especial. En la avenida
Urdaneta, en una oficina solitaria, sumergida en los reflejos de color de los
avisos neón, Carrillo miró el reloj: las 10.20. No tuvo tiempo de desesperarse.
Casi en seguida el teletipo empezó a dar saltos espasmódicos y Carrillo leyó,
letra por letra, descifrando mentalmente el código interno de la compañía, el
cable del doctor Mangels: "Estamos enviando vía capitán Gillis vuelo 399
cinco ampolletas suero bajo número guía 26-12-596787 stop obtenido Jackson
Memorial Hospital stop si necesitan más suero habrá que pedirlo urgentemente
laboratorios Lederle en Atlanta, Georgia." Carrillo arrancó el cable,
corrió al teléfono y marcó el 71.87.50, número de la residencia de Llorente,
pero el teléfono estaba ocupado. Era Carmelo Reverón que hablaba con la madre
de Llorente. Carrillo colgó. Un minuto después Reverón estaba marcando el
número de Carrillo, en un abasto de La Florida. La comunicación fue
instantánea.
—Aló —dijo Carrillo.
Con la calma que
precede a la fatiga nerviosa, Reverón hizo una pregunta que no recuerda
textualmente. Carrillo le leyó el cable, palabra por palabra. El avión llegaría
a las 4.50 de la madrugada. El tiempo era perfecto. No habría ningún retardo.
Hubo un breve silencio. "No tengo palabras con qué agradecerles",
murmuró Reverón, al otro extremo, de la línea, Carrillo no encontró qué decir.
Cuando colgó el teléfono sintió que sus rodillas no soportaban el peso del
cuerpo. Estaba sacudido por una emoción atropellada, como si fuera la vida de
su propio hijo la que acababa de salvarse. En cambio, la madre del niño dormía
apaciblemente: no sabía nada del drama que su familia había vivido ese día.
Todavía no lo sabe.
Excelente 👏
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