De divisas y amores
Pedro
salió más temprano de lo normal para su casa. La noticia que escuchó le había
alterado los nervios. “Un no puede ser” repetía como mantra. “¿Por qué
precisamente hoy vine a dejarla?”, se espetó. Un simulacro lacrimal se asomó en
sus ojos. Al llegar, la encontró triste. Quiso abrazarla, pero sabía que no
podría. “Nos acaban de dañar la relación”, dijo ella, apenas conteniendo el
asalto de profusa melancolía. “¡Y yo que
tenía contigo tantos planes este año!” apenas expresó. “Es así, tienes que
conformarte, ya no podré darte lo que tanto querías”. “Tendré que buscarme
otra”, aseveró a modo de disculpa. “Te advierto: no te será fácil”. “Lo
intentaré”, murmuró. “Hoy, un tercero nos quitó nuestro vinculo más fuerte: los
dólares preferenciales”.
Les
indignaba que su ruptura se diera sin que el culpable diese la cara en el
primer instante. Debían conformarse con un papel oficial, de la nada apareció y
a la nada se llevó diez años de amor. Estaban claro que su relación surgió por
un interés bien establecido: ella quería endeudarlo, él la quería para tener
billetes del “imperio”.
¿Ahora
qué haría Pedro? Estaba condenado a buscarse otra. Esta vez, el segundo amor no
le daría tanto como alguna vez le dio el primero. No entendía como en un soplo
desaparecía toda una estructura en la que fue feliz. Viajes a Miami, a Aruba,
compras en Amazon o en eBay, ¿cómo se olvidaban esos recuerdos?
Lo veía
venir. El fin de las relaciones siempre se ven venir. Aunque alguien sea muy
iluso, allí siempre están los detalles, las nimiedades que apuntan a un “se
acabó”. Pero, no se preparó. Aguardaba al último momento para convencerse de que
ocurriría. Sin embargo, cuando aparecen terceros de improvisto, la historia
termina de sopetón.
Ahora, para
encontrar de nuevo a su media naranja, tendrá que buscarla en otra cita, esta vez en la
“banca pública”, etiqueta que le desagradaba, evadía la realidad: esa banca era solo propiedad del gobierno. Allí, una voz cansada y casi
autómata, le repetiría en varias oportunidades: “Sr. Márquez, por ahora no
tenemos material. Le avisaremos cuando llegue”.
Afuera,
encontrará una “palanca”, un hombre con contactos dentro del banco y el cual le
venderá su ayuda. Con el esfuerzo de esa “palanca”, mágicamente habrá material
y le otorgarán su media naranja. Con la migración enorme de clientes a bancos
públicos, no dudaba de que esos “ayudantes” ganarían más por cada quincena.
Aún no
pisaba el banco y ya imaginaba su travesía. Se echó en una silla. Suspiró
hondo, mientras jugaba, entre sus dedos, con su tarjeta de crédito Visa, su
primer amor. “Siempre los terceros arruinan mis romances”, se lamentó y no solo
refiriéndose a su tarjeta de crédito.
Crédito de imagen: Nuevaya
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ResponderEliminarLa historia de la vida de muchos
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