La pasión milesimal

Si pensamos en transcendencia, nuestra mente busca de inmediato aquella imagen de “sembrar un árbol…” o nos remite a los prodigios de personas excepcionales. Pero, la palabra pasión, ¿nos viene a la cabeza? ¡No! Y entre ellas, existe un pequeño trecho, tan solo un salto, para que de repente, la pasión sea trascendencia.
Las letras de este artículo están renuentes a concordar, el delet  de mi teclado las fulmina sin defensa alguna. Trascendencia buscan. Sus cuerpos binarios solo encuentran desaparecer. Delet. Dejan de estar. Trascender. Delet. Todos buscamos lo mismo. Hijos. Fotografías. Memorias. Diarios. El tiempo llega. Inexpugnable, con sus manecillas y su inexistencia. Se queda en la piel. Libros. Pinturas. Música. Nombre, bien escrito, bien pronunciado. Apellido. No es ser una milésima de los ocho mil millones de habitantes. Es ser la milésima. Que no haya dudas.
¿Dónde entra la pasión? En todas partes. La pasión mueve los hilos que van más allá del presente, es la conjugación de futuro. ¿Quién ha escuchado de un padre desapasionado del que hablen sus hijos? ¿Una sinfonía eterna sin ese rastro vehemente de sentimiento? ¿Se busca una foto sin mueca de emoción? Un dato: anualmente se recuerda una Pasión.
La pasión es un universo en sí: los besos se ubican en su sexta acepción, mientras que padecimiento figura en su primera. Ya al señalar pasión, se activa el corazón y la mente, y donde ellos conciertan, el hombre deja su huella.  
Sin embargo, pareciera que la trascendencia cambió de sentido, el mundo utiliza la producción como su correlativo. No se conforma con la calidad, impone la cantidad como la medida de importancia. Es preocupante, con más frecuencia ese patrón se instala en las mentes y encontramos solo reproductores, no creadores, no apasionados por lo que desarrollan. La trascendencia muere entre un tumulto.
Y apareció el Internet, con su fanfarria de omnipresente, omnisapiente, omnielocuente. Lo que no dice, no existe. Y llega a decir tanto, a exponer tanto, a saturar tanto, que pisa el terreno de lo efímero, de lo fugaz. Dice y dice, pero poco se recuerda al cabo de unos meses. La producción constituye una mala apuesta para la trascendencia.  
La pasión, en cambio, con lo arrobadora que es, impone una marca, un sello en cada paso. Incluso, un amor sin pasión, es la monotonía de dos almas sujetas a cumplir con regalos.
El hombre no escapa de pensar durante algún domingo, alguna tarde, algún recorrido en el transporte público, «¿cómo trascender?, ¿cómo no quedarse en el ahora?». Puede que se interrogue de distinta manera, pero, seguro, se interpelara. Nadie se conforma con ser una milésima. Nadie quiere solo integrar un porcentaje. Nadie quiere ser un total sin rostro. Siempre, interiormente, como un desasosiego, llamea el deseo de pasar y no desaparecer.
Allí está. La pasión es una exigencia de la vida. Una afrenta a los amargados. Una contraoferta a la plantilla uniforme. Una fuerza para poner los pies sobre cada lunes. Un requisito indispensable para sembrar un árbol, escribir un libro…
El tiempo jamás ha mencionado a los desapasionados, ni como pie de página los ha incluido. El tiempo siempre termina reseñando a los que con su pasión no fueron una milésima más.
©Jhoandry Suárez
Crédito de foto: Aakash Nihalani




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