Protestas, taxistas y un país

Felipe desde que comenzó la denominada Salida ha estado en cada una de las protestas. Su madre cada vez que sale, no sólo le da la bendición, sino una cuenta de letanías de santos extensas, pues es su hijo y el país no le asegura devolvérselo. El alba marca la hora justa para cerrar la avenida Bella Vista, está todo cuadrado: cauchos, objetos para obstruir el paso, gente animada a hacerse sentir, difundidas las cadenas por las redes sociales. Comienza la protesta, al igual que Felipe muchos confían que su ideal es el acertado: la libertad; no quieren más opresión del gobierno, más dictadura. El humo de los cauchos se extiende, como se extiende las voces de jóvenes que vituperan un país que les parece enrarecido, que ven satinado de revolución pero lisiado de evolución.
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“¡Fascistas, burgueses!”, expresa con prepotencia el Poder.
“Maduro pal coño te vas”, responde la protesta desde la calle.
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Marta lleva 10 años al servicio de su comandante, pues para ella él ha sido una luz para Venezuela. Le parece inverosímil como –en sus propias palabras- “la derecha apátrida” denigra la labor del hombre que su comandante designó como sucesor. “Pero no que va, Maduro sabe que tiene un pueblo con él”, piensa con firmeza. “¡Golpistas!”, grita desde un automóvil a los jóvenes que tienen cerrada la avenida Bella Vista. “Dejen la guarimba”. Mientras avanza, escucha en la radio que su presidente está hablando, no le queda duda: los burguesitos quieren acabar con el legado de Chávez.
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“¡Repudiamos la violencia, venga de donde venga, queremos paz!”, deja claro el Poder.
“Invitamos al pueblo venezolano a no sumarse a la violencia sino a la paz”, la otra acera responde con el mismo llamado.
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Roberto lleva una semana sin poder hacer siquiera cuatro “carreritas”, es taxista, pero las protestas del momento no le favorecen en nada. “Ya volvieron a trancar Bella Vista los estudiantes haraganes esos. ¡Que vayan a estudiar!, ¡me tienen obstinado con esta trancadera!”. Al finalizar una faena dura caracterizada por sortear tranca por aquí, protesta por allá, manifestaciones por doquier, se lleva una grata sorpresa: logró hacer cinco carreritas, claro que cortas. No había terminado de saborear aquella victoria, cuando escuchó: “mañana convocamos a seguir en pie de lucha, protestando mi gente, a cerrar cada calle y avenida”. Acto seguido, Roberto trago grueso y sin mas que hacer, se resignó.
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“Gobierno expulsa diplomáticos estadounidense”, es el titular de varios periódicos.
“Atención: gochos trabajando por Venezuela”, reza un cartel en medio del asfalto.
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“Si está bueno que esos muchachos salgan, esto no lo aguanta nadie, que va”, le comenta la señora Julia a su vecina. Aquella escucha con desdén la retorica de la anciana. “Que va mija, cuándo se había visto esto, ¡Nunca!, ni cuando Carlos Andres. Colas por aquí, no te alcanzan los cobres, ojalá esos estudiantes tumben a Maduro, ya no se puede, de verdad que no”
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En este país cada quien pronuncia su monologo, saturado de sus propias verdades, ideales y añoranzas. ¿Diálogo? ¿Cómo se logra ante tanta conversación unipersonal? La fisura de un país fragmentado se vuelve más nítida. Venezuela se consolida como una policromía aún sin coincidir.
Y entre tanto, la calle, ese lugar olvidado, ahora es el recinto del repudio, del vilipendio*, de la paz, de los sueños, de la búsqueda de la libertad, la calle ahora es todo. Y cabe preguntar ante tanto arrebato: ¿dónde quedaron las palabras?, la lucha de ideales también tiene su espacio en el diálogo. Toca esperar en qué momento el monologo acaba y se convenga una solución para un país confundido por tanta diferencia.   
Jhoandry Suárez



 *vilipendio. (De vilipendiar). m. Desprecio, falta de estima, denigración de alguien o algo.

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