Protestas, taxistas y un país
Felipe
desde que comenzó la denominada Salida ha estado en cada una de las protestas.
Su madre cada vez que sale, no sólo le da la bendición, sino una cuenta de
letanías de santos extensas, pues es su hijo y el país no le asegura
devolvérselo. El alba marca la hora justa para cerrar la avenida Bella Vista,
está todo cuadrado: cauchos, objetos para obstruir el paso, gente animada a
hacerse sentir, difundidas las cadenas por las redes sociales. Comienza la protesta,
al igual que Felipe muchos confían que su ideal es el acertado: la libertad; no
quieren más opresión del gobierno, más dictadura. El humo de los cauchos se
extiende, como se extiende las voces de jóvenes que vituperan un país que les parece enrarecido, que ven satinado de revolución pero lisiado de evolución.
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“¡Fascistas,
burgueses!”, expresa con prepotencia el Poder.
“Maduro
pal coño te vas”, responde la protesta desde la calle.
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Marta
lleva 10 años al servicio de su comandante, pues para ella él ha sido una luz
para Venezuela. Le parece inverosímil como –en sus propias palabras- “la
derecha apátrida” denigra la labor del hombre que su comandante designó como
sucesor. “Pero no que va, Maduro sabe que tiene un pueblo con él”, piensa con
firmeza. “¡Golpistas!”, grita desde un automóvil a los jóvenes que tienen
cerrada la avenida Bella Vista. “Dejen la guarimba”. Mientras avanza, escucha en la radio que su presidente está hablando, no le queda duda: los burguesitos
quieren acabar con el legado de Chávez.
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“¡Repudiamos
la violencia, venga de donde venga, queremos paz!”, deja claro el Poder.
“Invitamos
al pueblo venezolano a no sumarse a la violencia sino a la paz”, la otra acera
responde con el mismo llamado.
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“Gobierno
expulsa diplomáticos estadounidense”, es el titular de varios periódicos.
“Atención:
gochos trabajando por Venezuela”, reza un cartel en medio del asfalto.
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“Si
está bueno que esos muchachos salgan, esto no lo aguanta nadie, que va”, le comenta
la señora Julia a su vecina. Aquella escucha con desdén la retorica de la anciana.
“Que va mija, cuándo se había visto esto, ¡Nunca!, ni cuando Carlos Andres. Colas
por aquí, no te alcanzan los cobres, ojalá esos estudiantes tumben a Maduro, ya
no se puede, de verdad que no”
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En
este país cada quien pronuncia su monologo, saturado de sus propias verdades,
ideales y añoranzas. ¿Diálogo? ¿Cómo se logra ante tanta conversación
unipersonal? La fisura de un país fragmentado se vuelve más nítida. Venezuela se
consolida como una policromía aún sin coincidir.
Y
entre tanto, la calle, ese lugar olvidado, ahora es el recinto del repudio, del
vilipendio*, de la paz, de los sueños, de la búsqueda de la libertad, la calle ahora es todo.
Y cabe preguntar ante tanto arrebato: ¿dónde quedaron las palabras?, la lucha de
ideales también tiene su espacio en el diálogo. Toca esperar en qué momento el
monologo acaba y se convenga una solución para un país confundido por tanta
diferencia.
Jhoandry Suárez
*vilipendio. (De vilipendiar). m. Desprecio, falta de estima,
denigración de alguien o algo.
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