El placer de ser extraños
La mirada fuera de nosotros es un bumerán que siempre regresa.
Frente al espejo, a la palabra, al Otro o al Universo, siempre se nos devuelve
algún mensaje. Hoy las imágenes del satélite James Webb, tomadas del espacio exterior
profundo, más que unas fotografías que revelan una belleza cósmica, es ese
búmeran que nos regresa una pregunta que no cesa: ¿quiénes somos?
¿Por qué seguimos sin encontrar nada más parecido a nosotros? ¿Por qué habiendo tantas galaxias, nebulosas y estrellas en interacción somos hasta ahora los únicos capaces de observarlas? ¿Cómo nació todo? Estas son parte de las interrogantes que se deprenden de la primera y que viven orbitándonos, pero cuyas respuestas parecieran tan lejanas como aquella Nebulosa de Carina.
Miramos arriba esperando un mensaje que responda a lo que somos para ya no vernos tan extraños en el vecindario. Oráculos. Extender las manos al cielo. Telescopios. Esperamos que de vuelta venga ese sentido de lo que nos rodea, pero principalmente, queremos saber el sentido de nosotros mismos frente a todo. Como si del cielo viniera esa tarjeta de identificación que nos da el nombre y las coordenadas precisas de lo que hacemos aquí, aunque el Universo no hace más que mirarnos indiferente, expandiéndose a su ritmo y dejándonos con esta intriga de extranjeros.
***
El autoconomiento, ¿por qué no viene por defecto?
***
Esto me hizo recordar a Julián, me lo imagino ahí
sentado en la esquina de su cama, mirando de soslayo a su mujer quien mantiene una
mirada ausente. Ninguno de los dos se reconoce en aquella noche tan larga como
un suspiro hondo. Luego de cinco años de matrimonio todos los códigos comunes empezaron
a rechinar. Antes decían “a” y era clave compartida, ahora decir “a” era
desatar un terreno de guerra en el que cada uno lanzaría su interpretación. “Si
antes la entendía, ¿por qué ahora no”, se acusa Julián. Quiere voltear para
decirle que arreglen, pero intuye que será inútil. Las palabras ya no alcanzan.
Ha ocurrido el panguea del que no se regresa en una relación. Ambos son islotes
que no conservan nada en común más que el tiempo compartido. Sin importar los
años, las experiencias, el Otro jamás deja de ser Otro. Julián lo entendió esa
noche cuando miró a su mujer, en pos de solucionar el reciente problema, pero
ella, ya le había preparado la respuesta treinta noches atrás: “Julián, el amor
no sobrevive entre extraños”.
***
“People are strange when you're a stranger”, Murakami.
***
©Jhoandry Suárez
Me deleitó con cada una de tus palabras! Cierro los ojos, te veo y escucho narrando. Eres maravilloso
ResponderEliminarEs siempre un gustazo leerte!
ResponderEliminarFascinante!
ResponderEliminar