La vocación que saqué de una gaveta



Desde pequeño intuía que algo no iba bien en mí. Lo confirmé cuando tenía unos 11 años. Quería formar un periódico escolar. Cuando mis compañeros tenían la mente en otros asuntos como la Leyes de Mendel o alguna fiesta, yo tenía la idea de un diario impreso que hablara de mi liceo, pero, ¿por qué ese interés por el periodismo cuando en mi familia solo tenía una prima con esa profesión y vivía en Caracas (yo estaba en Zulia) y jamás me había hablado algo al respecto? Así de empeñado estaba que comencé. 

La reportería estaba a cargo de un compañero y mío. Ambos demasiado amateurs. Nos asesoraba mi profesora de Literatura y el periódico se llamaría El Mendociano ya que estudiaba en el liceo Dr. Cristóbal Mendoza. No recuerdo con exactitud la cantidad de página que tuvo. Acaso unas seis como máximo. Allí estuvo la primera entrevista que hice en mi vida; fue a la subdirectora de la escuela. El proyecto tenía ese ardor e ilusión de la adolescencia, de cuando crees que algo es todo. Y ese algo era ver hecha realidad mi idea. Pero, eso nunca ocurrió. 

Supe prematuramente a mis 11 años cuál era la estocada por la cual padece el periodismo muchas veces: el dinero. No había fondos para imprimir masivamente el periódico. Habíamos pensado en cada punto del impreso, excepto en cómo pagarlo. Cuando ya lo teníamos listo, imprimimos quizás uno o dos ejemplares, no hubo para más, y la idea fue directa a una gaveta. 

Dejó de recibir el interés de mi compañero y de mi profesora, así que yo, solo, muy entusiasta y sin fondos, no tuve más remedio que aceptar el desenlace, aunque jamás le eché llave a aquella gaveta. Cuando me cambié a otro liceo, volví a echar mano del proyecto. Había pasado dos años. 

Encontré otro compañero entusiasta y una profesora que también se mostró presta por sacar adelante el periódico. Estuvimos varias semanas trabajando en todo lo que iría en él y por supuesto, cómo se pagaría. Decidimos que el dinero inicial para imprimirlo saldría de nosotros y venderíamos los ejemplares para recuperarlo. Esta vez se llamaría El Anacampista, por mi nuevo liceo, Ana María Campos. Pensamos en el diseño, en su estructura y su contenido. Estaba convencido de que esta vez sí saldría el periódico. Y así sucedió. Una sola edición. Luego de ello, quedamos en la quiebra ya que no se vendieron los ejemplares como queríamos. Una empresa que apenas comenzaba ya estaba en déficit financiero, eso no era buen augurio. El hecho no me desanimó, pero tal como la primera vez, volví a quedarme solo, ya que mis únicos socios no le vieron mayor esperanza al proyecto. 

Fue así que comprendí perfectamente qué era lo que iba mal conmigo, sería un persistente creyente del periodismo y no había vuelta atrás. La gaveta no tenía cerradura. Me quise resistir, coquetear con la idea de estudiar una carrera relacionada con Diseño Gráfico. El destino quiso que mi cupo universitario fuese asignado en Publicidad y Relaciones Públicas. Eso no fue obstáculo, en ese punto estaba claro que era inevitable que estudiase Comunicación Social. Al cabo de un año, me cambié para esa carrera. 

Luego de graduarme, de muchas experiencias en diferentes diarios y ya recién como emigrante, eché una mirada de nuevo a la gaveta. En su barriga permanecía la idea adolescente. La tomé y esta vez la transformé. No tendría papel, folios ni un cabezal en su portada. En su lugar, estaría en mi celular y serían mensajes de chats. Venezuela Al Minuto (VAM) nació así como mi reivindicación de aquellos primeros emprendimientos periodísticos. De cuando quieres hacer algo que es todo a la vez.

©Jhoandry Suárez

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