El juego de los enmascarillados

 

Fotografía: Andy Dean

En esta pandemia me he inventado un juego que aplico solo cuando salgo a la calle: ¿cómo es una persona sin la mascarilla? No sé si alguien más lo habrá jugado, prefiero pensar que es un juego exclusivo, del que solo yo tengo las normas y los pasos. Aunque lo pasos son simples, en realidad, se resumen en uno, imaginar. Cuando alguien viene por la acera, con su tapabocas, comienzo a sonar mi manojo de preguntas, ¿será que tiene bigote?, ¿será que al sonreír se verá su dentadura postiza?, ¿tendrá una cicatriz en el mentón? Las respuestas quedan a las meras conjeturas; conjeturas que luego la creatividad tejerá para armar esa parte del rostro oculta.


En tiempos cuando nos dominan las imágenes, el ver sin restricciones, ¿qué significa que algo se nos niegue contemplar? Ya podemos incluso observar la superficie de Marte en alta definición, allí apenas con solo guglearlo. Todo se nos da al alcance de la mano (y de la vista). La mascarilla vino a convertirse, además de un elemento de protección, en velo de algo tan elemental como la sonrisa.


Esta "burka" contemporánea que nos ha tocado llevar en medio de la pandemia bien cumple el papel de sus pares del Medio Oriente, esconder. Dejar que la mirada recobre su puesto de "ventana del alma", porque esto es principalmente lo que queda al descubierto. Nos ha tocado fiarnos de nuevo de los ojos, de sus parpadeos, de sus señas; debajo quedan los gestos mudos de la boca y de las mejillas, a merced del dibujo que hace de ellos nuestra imaginación.


Una norma del juego que he mencionado, es jamás ver a la persona sin la mascarilla, guardar la escena que nos hemos recreado de ella así tal cual, con el bigote que quizás no tenga, con la dentada que tal vez se quede corta, con la nariz perfilada que esa persona desea, pero no tiene. Nunca comparar la pintura mental que hemos hecho con la original. Resistir a ver la película cuando ya nos hemos armado el libro. De lo contrario, la imagen se romperá, sin importar el resultado.


Al develar todo, la imaginación se desarma; lo real ya no queda representado, si no evidenciado. Nos chocamos contra un muro infranqueable. "Pero no era como yo me lo imaginaba", pensaría, con un suspiro desalentado. O, “he acertado", un triunfo con el mismo sabor de perdida para la mente que quería seguir en sus hipotéticas descripciones.


La mascarilla nos ha hecho retornar a la imaginación; a apreciar el misterio como un germen del interés y erotismo, ese mismo que se ha venido deshilachando en una sociedad que todo lo da, procesado y explícito.


Por eso, no le veo victoria alguna al hecho de andar en la calle sin mascarilla en estos tiempos. Más allá de la norma moral que impone y de la protección que brinda, quizás y alguien más ha salido a la calle y se ha topado con mis ojos oscuros, mis cejas pobladas, la mitad de mi nariz respingada, y se habrá preguntado, sin saber que es parte de un juego, cómo será la otra mitad de mi rostro.


©Jhoandry Suárez 


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