El falso optimismo venezolano
“Desesperanza
aprendida”, este concepto es uno de los más paradójicos que he escuchado;
todavía no sé dónde enseñan esperanza y ya alguien acuñó la antítesis y con un
valor genético. Como si esta fuera una herencia que nos dejaran nuestros
antepasados aparte del color de ojos, piel y cabello. Una herencia que no tiene
que ver con el fenotipo, sino con el pensamientipo.
Capaz de provocar
que toda una sociedad declare al unísono: “aquí no se puede hacer más nada” y
termine por sepultar el rescate de lo que se cree perdido. Que lleva a que cada
individuo se instale conscientemente en un espíritu de cobardía, pesimismo y
acostumbramiento que lo desplaza de protagonista a espectador.
Si algo han ganado las crisis por la que ha atravesado el país, en especial la actual, es la condecoración por enseñar muy bien este
concepto, por aprobar a tantos venezolanos en esta cátedra, por animar a otros
a incursionar en ella o peor, a irse producto de ella.
En los diálogos
cotidianos se cuela implícitamente cada vez que describimos cómo conseguimos
cierto producto, lo difícil de encontrar un medicamento, cómo la inseguridad se
llevó una o varias pertenencias. Nadie habla de desesperanza, el término por si
solo logra camuflarse y se transmite de palabra en palabra, de oración en
oración.
Lo irónico, la
esperanza no se transmite de la misma manera. Requiere acciones, conductas,
ideas, proyectos, mostrar certidumbres, brindar seguridad; es decir, ir más
allá de las palabras.
Por eso a muchos les
cuesta creer en instituciones y líderes políticos que mantienen un verbo sin
acción, mientras una aurora de incertidumbre los rodea. Ante las dudas, les resulta
preferible comprar un boleto de avión y viajar a lo seguro.
Esta desesperanza
lleva a creer que el país no tiene ninguna salida plausible, que está
estancado, condenado al fracaso. Para unos sectores este es un punto a su
favor, pero para los ciudadanos venezolanos que pisan la calle y se topan con
un incierto diario que se acrecienta, es una rotunda bofetada a lo que aspiran.
El principal
problema de esto es que configura un entorno perfecto para que un “mesías”
surja. Para que cientos crean que un hombre o una mujer podrá de un plumazo
borrar los múltiples problemas. Para concentrar todas sus expectativas en
alguien, sin tomar en cuenta más que sus promesas. A mi parecer, el gran error en
política.
Más allá de aguardar
a un salvador, un referendo que nos regale una bocanada de aire, elecciones que
nos den nuevos líderes o que se renueven las instituciones, apremia convencerse
de que toda una sociedad se puede organizar para reconstruir un país. Que se consolide
un espíritu de valentía que le inspire a reclamar los cambios que urgen. Que no
se conforme con lo que “otros” hagan,
sino que exija y exija para obtener respuesta pronto.
Resulta necesario
combatir este virus de desesperanza que se extiende rápido y se debe combatir
con firmeza y tenacidad. Procurando que todo lo que una sociedad espera se
cumpla y si para alguien esta carga es excesiva, entonces que pase el relevo.
La esperanza debe
desligarse del falso concepto de optimismo-inacción-espera con el que pretenden
aletargar al país. Debe sustituirlo una esperanza más práctica, que edifique un
futuro y no, que se quede de brazos cruzados aguardando lo que viene. Así
seguiremos dando cátedra como un país desesperanzado a merced de promesas y
mesías. Materia que preferiría reprobar de una vez por todas.
©Jhoandry Suárez
Crédito de foto: www.vintag.es
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