Periodistas y semáforos

A Álex Grijelmo, ex editor del diario español El País, en una entrevista le preguntaron con un tinte capcioso cuál era su mayor poder como periodista. Él tan solo respondió: haber colaborado con una foto-denuncia para que arreglaran un semáforo. Nada más. La intención del cuestionamiento era que Grijelmo hablara de la  influencia del grupo multimedia Prisa (dueño de El País), pero quedó truncada por paradójicamente un semáforo en rojo y una reflexión para la profesión.
Esto permaneció en mi subconsciente, rondando como una premisa que debemos tener los periodistas: ser mediadores para arreglar semáforos, es decir, para ayudar a resolver los problemas cotidianos que afectan a los ciudadanos, que día a día se agravan porque las protestas agotan su voz y no encuentran megáfono, porque los responsables siguen escondiéndose hasta que el tema se olvida, porque todos los días surgen reclamos que acaban silenciados por la vorágine informativa.
Entonces, la urbanización con una semana sin agua, continúa ahora con dos; las familias a quienes les prometieron una reubicación, siguen en hogares improvisados; el hombre desaparecido hace 24 horas, está todavía en la penumbra luego de 48. Hasta que aparece un reportero y sale a la calle. Prendado de equipos básicos: libreta, cámara y teléfono, empieza la verdadera labor periodística: sentir, oler, palpar, escuchar, observar, entrar en una realidad.
Cuando regresa, escribe las historias que están detrás de los acontecimientos y ocurre el milagro que solo los periodistas pueden obrar: escasez de agua adquiere el rostro de Marta; una familia que vaga, el apellido Morales; un hombre desaparecido, el nombre de Arturo Manrique. Dejan de ser problemas aislados, para ser problemas revelados a partir del simple hecho de conocerlos en personas.
¿Qué facultad extraordinaria se muestra aquí? Ninguna, porque los periodistas no la tienen. Lo único que poseen a su favor es una pluma acuciosa y crítica, un lente que está justo en el lugar indicado, una red social en la que reportan minuto a minuto lo que pocos quieren que se sepa. Su verdadera facultad extraordinaria está en su curiosidad.
No es una lucha del periodismo contra el Poder, sea cual fuese este; sino una lucha del periodismo en favor de quienes oprime y humilla el Poder. Aunque suene romántico, esta es la médula espinal de la profesión, el mantra que se debe repetir en cada facultad y una pequeña verdad absoluta.
Sin embargo, debo reconocer que existe una contaminación que ha amañado lo anterior y es el culto a la imagen, propiciado desde la publicidad. Las aspiraciones de muchos es tan solo aparecer en un televisor, ser el rostro bonito del noticiero, la cara que reconozcan en cualquier rincón. Y en lugar de comunicación social practican un monólogo narcisista. Tristeza en vivo y directo. Esto también puede ocurrir desde una sala de redacción, desde un portal virtual. El hecho pasa a ser secundario, el periodista se convierte en la noticia. Sin dudas que esto amenaza a la profesión desde lo interno, sin mencionar otros factores externos.
¿Los medios también ostentan un poder? Claro ¿Qué los periodistas deben responder a unos intereses? Tal vez ¿Qué de acuerdo a la línea editorial del medio se muestran ciertas noticias? Quizá. Estas no son las disyuntivas que deben paralizar el ejercicio profesional, a pesar de que sean importantes y con frecuencia utilizadas por quienes pretenden desvirtuar el papel de los medios en una sociedad. La verdadera pregunta que cada periodista debe tener presente a la hora de dormir es: ¿cuántos semáforos arreglaron hoy gracias a mí? 

©Jhoandry Suárez


2 comentarios:

  1. Te felicito Jhoandry Suárez, tienes una manera muy perfecta de plasmar tu conocimiento en artículos muy interesantes... deberían aparecer en revistas, diarios informativos, u otros. Pero tu ingenio y habilidades se que pronto te llevarán a eso y hasta más. Excelente trabajo

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    1. Gracias, Eva, por tu comentario y deseos. Me gustaría que esta reflexión llegara a lo más hondo de cada uno de los antiguos y nuevos periodistas, los tiempos cambian pero la profesión debe mantener su esencia.

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