¿Somos un país en decadencia?
Dos monosílabos pueden brotar ante esta
pregunta: ¿somos un país en decadencia?, Si y no, respuestas tan apartadas por
el paragón ideológico en que nos amparemos. Algunos dirán un “sí” con una rotundidad
que estriba en los males que aquejan y se multiplican. Otros argumentarán un “no”
con reminiscencias de un pasado próximo marcado por el liderato de un hombre que
ha quedado como supremo y también existirán quienes sin tantos miramientos de
datos económicos se niegan a aceptar que la Pequeña Venecia se hunde. Yo estoy
de parte de este último bando.
Desde mi perspectiva, todo figura como un
ciclo de esperanza, estupidez administrativa y debacle económico que se repite
cada cierta cantidad de años como el paso del cometa Halley o un eclipse solar.
Hablar de un país en decadencia abarca una
cultura, una forma de vivir, de sentir, de convivir en franco deterioro, y
todavía no observo que eso se establezca aquí, aunque me temo que se corre ese
riesgo. Quizá nos acerquemos a una pendiente cultural en donde no habrá vuelta
atrás ni con la industrialización más prospera.
Pero la mentalidad pujante sobrevive, aunque
golpeada, desesperanzada y en incertidumbre perpetua. Por eso, me es imposible
creer en una decadencia si existen mentes que no muestran esos signos. Unas sí
y contagian a otras, pero la mayoría se mantiene intacta en sus concepciones o
las cambian para aspirar a más.
Puedo notar como muchos más se arriesgan por
un emprendimiento o una microempresa, desarrollan inventos desde una universidad,
deciden volcar su vocación altruista en fundaciones y obras sociales, estas son
señales de que no nos encontramos en esa sentencia de “decadentes”.
Tan solo me atrevo a afirmar que si bien no
tenemos un país decadente, si tenemos líderes que lo son. Anclados en una Cuarta
República en tiempos de ciberespacio y aldeas globales. Permanecen en un vaivén
entre “tú eras esto en el pasado”, “volveremos a la constitución gloriosa del
pasado”, a la par, su oído interno se afina con tantas maquinaciones, mientras
que el chirriar de un sistema ideológico, partidista y económico fracasado, de
parte y parte, no les parece zumbar cerca.
Por eso, no descarto que entre sus continuos
e infructuosos debates pueda surgir un personaje político con ideas más
progresistas y sin macula de aquellos días que poco recuerdan los jóvenes
actuales. Porque para recuperar el país antes de un posible precipicio falta
esperanza.
Una esperanza que convenza de los beneficios
de caminar hacía adelante, que rescate la cultura y el valor de cada vida, y
por encima de todo, dé sentido de pertenencia para que lo hecho en Venezuela no
cruce las fronteras.
Muchos emigran no tanto porque observen un
país decadente, sino porque respiran un país con un aire pesimista, preso de su
pasado y esclavo de los discursos eternos. Y eso es lo que confirma mi tesis:
no somos un nación decadente, sino desesperanzada.
©Jhoandry
Suárez









Muy buena perspectiva. Yo automáticamente me había respondido un rotundo SI, hasta que lo leí y cambié de idea. Somos los habitantes de este hermoso país quienes ya avanzamos a una idea decadente sobre la realidad que vivimos. Más desesperanza y menos actuación. Tal vez, encontrarnos con este espejo nos ayude a mejorar!
ResponderEliminarGracias, Eva, por tu comentario. Si, a veces provoca decir un rotundo sí, pero al analizar la situación encontramos que la decadencia no es el signo que nos caracteriza en este momento.
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