Los (mal) agradecidos de Navidad


Marta recoge los agravios que le dirige su Presidente: en algunos consigue la inscripción “desleal”, en otros, la recriminación de ser una malagradecida por lo que él generosamente le obsequió en esta época de regalos. Le preocupa como el discurso que escucha le acusa cada vez más y más. Se interpela, se interroga si en realidad ella tiene la culpa, si el peso de conciencia que comienza a sentir en el corazón se justifica. Marta, la que acompañaba a Chávez en cada concentración, la militante de una UBCH, la que lucía con orgullo hace unos meses la franela de aquellos ojos victoriosos del revolucionario mayor. 
   Marta, hoy se quitó de encima las acusaciones y les hizo frente con el estómago y el hastío de los discursos; recordó el último enfrentamiento en una cola y que las teorías conspirativas palidecieron ante el rostro de aquella señora que vio pisoteada por un tumulto de gente que avanzaba hacía lo que acaba de llegar al supermercado.
Apagó el televisor y quiso concentrarse en celebrar, pues su voto fue para el contrario que tanto detestó y ahora ganó. Un júbilo comenzó a recorrerla, a pesar del primer boletín poco elocuente del CNE. Se sintió esperanzada y contenta, la Revolución le enseñó que los cambios son necesarios en el sistema y también le mostró las entrañas del socialismo venezolano: burguesía roja con un discurso hueco.
Recibirá con discreción los epítetos de sus camaradas: desleal, apátrida, vendida, los hará suyos, se los tragará, e igualmente se colocará la franela roja, la cacería de brujas apenas comienza, y ella, que disfruta de beneficios sociales, no se permitirá perderlos por pasarle factura a quien nunca le fue eficiente.
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Marta, otra diferente de los párrafos anteriores, siente una punzada en el corazón al ver cómo estas elecciones se les escaparon de las urnas, su conciencia le efectúa un juicio y determina que traicionó el legado del Comandante al no convencer como se debía a los confundidos, a los que creyeron la artimaña comunicacional del Imperio. Recoge las recriminaciones de su Presidente entre sollozos. La cuarta volvió, la Revolución está herida… de muerte, quizá.
La impotencia se le estaciona en el alma, no quiere echarle la culpa a nadie más; ella no hizo su trabajo como debía y por ello, perdieron. Ahora escucha las declaraciones de la derecha y se convence de que los beneficios sociales están pendiendo de un hilo y todo por su culpa.
En todo esto, piensa, el imperialismo tiene metida la mano. Lo hizo con Allende y su derrocamiento, pretendió hacer lo mismo con Castro; Latinoamérica es el patio trasero lleno de las ambiciones de los gringos. La guerra económica levantó las rodillas en tierra de tantos camaradas y las levantó para entregar el país a 112 burgueses.
Recrudece su pensamiento, ahora más que nunca se mostrará exigente con “esos” que hoy celebran. Se seca las lágrimas una vez más y enciende de nuevo el televisor para, desde la distancia, darle una palmada a Maduro en señal de respaldo incondicional.
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Es así la política de mi país: un maniqueísmo de los buenos y los malos, de los agradecidos y malagradecidos. Pero ¿será que la tendencia comenzó a cambiar?

©Jhoandry Suárez

Créditos de la imagen: jotashock

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