El truco

En un pueblo venezolano, unos diez años atrás, sus habitantes quisieron someter a votación quién sería el nuevo dirigente vecinal, tras la muerte de quien cumplía ese cargo y la necesidad de alguien que ayudara a solucionar los crecientes litigios cotidianos. Las calles que serpenteaban en las colinas eran bordeadas por casas coloniales, en las que residían un total de 300 pobladores. No es difícil imaginar el harto conocimiento de cada uno acerca de su paisano, desde su rutina hasta los pecados confesos.
Entre los dos contrincantes, uno tenía la reputación de estafador, a varios le había prometido remodelar sus hogares a cambio de dinero, pero al cabo de un tiempo, todas las obras quedaron inconclusas. Su contraparte, gozaba del mérito de un apellido respetado y un prontuario de buena conducta intachable.
El de menor reputación ganó. ¿Por qué? Aunque fue difícil averiguar, pues en unas elecciones vecinales nadie quería opinar acerca de su voto para evitar señalamientos, uno de ellos contó que en los días previos a las votaciones, aquel hombre, que conocían como estafador, terminó los trabajos inmobiliarios inconclusos y procuro asistir a misa dominical en la capilla del pueblo. A pesar del asombro, 230 votos le dieron la razón a un dicho que comenzó a circular: “mejor un malo con intenciones de bueno, que un bueno sin intención”.
©Jhoandry Suárez

Crédito de imagen: blogdemagia.com

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