Contando los minutos
Alguien va a venir. Ya siento su presencia cerca de
mí. Me acecha. El pánico me recorre. Alrededor ya ha llegado, ha hecho daño. No
repara en ninguna condición. No detiene su paso. Alguien va a venir, y sí es un
alguien, ya no es un ente, no es abstracto. Solo me queda esperar. Aguardo su
llegada. La resignación no aleja el miedo, los dos me acompañan de la mano. Ya
llega, tampoco me escapo. Un acetaminofén para prevenir, junto con vitaminas y
ácido fólico. Una oración a José Gregorio Hernández. El
aislamiento como modo de vida. Espero desesperanzado.
Me apego a remedios populares para aumentar mis
defensas. Recurro a Google para satisfacer mi necesidad de información, pero me
doy cuenta de que el motor de búsqueda es un médico divorciado de Hipócrates.
He optado por no ver televisión. Aunque leo periódico: Maduro avanza en su
galáctica lucha contra la corrupción, saca leyes de una gaveta y las aprueba,
sin mirar a quien, él goza de ser todopoderoso. A los políticos, este alguien
no les toca la puerta, y a mi madre, la acaba de hacer su víctima.
Decido por fin salir. Voy a la panadería. Tampoco me
he quedado en el claustro absoluto. Me toca trabajar religiosamente de lunes a
viernes. Al llegar a la panadería me interpela un anuncio pequeño: “disculpe
si nos tardamos en atenderlo, la mitad de nuestro personal tiene [y nombran ese
alguien]”. Estupor. Ahora una bolsa de pan conllevaría una cola más. Y así
proliferan los avisos de advertencia al usuario, de propaganda del alguien.
Las hipótesis circulan a susurros como quién cuenta
un rumor: eso fueron las nubes bombardeadas, nada de mosquitos, es viral; el gobierno
oculta información, esparcieron una
epidemia. Y mientras las presunciones son dichas de boca en boca, veo danzar
cuerpos sin estética de movimiento: toscos, quejumbrosos y vivas emulaciones de
zombis propios de una película.
Mis compañeros en el trabajos no tienen otro tema
del cual hablar. Algunas variaciones son sí consiguieron paracetamol, en qué
buhonero o abasto hallaron vitaminas, cuánto fue el precio de las patas de pollo.
Acotan con jocosidad mordaz: “a quién no le dé para esta fecha y le da para
enero, no está en la moda”. ¿Moda? ¿Soy anacrónico? ¿Desde cuándo se desea un
tuyuyo a escala nacional antes del Niño Jesús? Me aparté con cautela de ellos
cuando supe que cayó la primera en manos del alguien. Mi temor es casi una
fobia, espero no encontrar en el diccionario el nombre de esta fobia, basta de
timbrar su nombre en cuánto elemento exista, de convertirlo en verbo, de
conjugarlo, de hacerlo estrofa y canción.
Las estadísticas no me son favorables, el tiempo
para estar sano comprende de 10 a 10 minutos. Cumplido cada periodo, una
persona más convalece, eso según un concejal de la cámara municipal. Increpo la
vida, la naturaleza, al Ministerio del Poder Popular para la Salud, a los
viajeros, a todos, no es posible que familias enteras sufran de dolores
reumáticos. Mi madre, la pobre, amaneció hoy con las piernas desvalidas. Ni
pensar que hacía unos tres días lucía tan bien, tal como yo. Eso es lo peor:
hoy estoy bien, mañana es un gran quizás.
Más compañeros están enfermos. El jefe me llamó y sencillamente me dijo: "Martín, suspenderé las actividades en la oficina por lo menos esta semana". Decido tomar las
cosas con calma. Total, son unas vacaciones adelantadas. Me disculpo por mi
egoísmo con mis compañeros que sufren durante estos días libres, pero tengo que
disfrutar mí salud.
Hace unos días, un amigo me comentó tal cual un
chiste: “no sé, la gente no haya como decirle, le dicen la chikunguiza, la
chinguguya, la chuchuguaza, la chikun”. “Tal vez sea el dolor que no los deja pronunciar
bien”, pensé. No obstante, a efectos de saber el nombre del enemigo, investigué y descubrí como debería nombrarse: chikunguña.
Ya conozco su nombre exacto, su prontuario, su
avance; me es inexorable, alguien va a venir.
© Jhoandry
Suárez
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