Siete actos a poca luz




Ocho de la noche. Desde unos cinco años atrás, mi familia conserva una figura de cera de un San Nicolás bonachón, de aspecto alegre, bastante agradable. Durante once meses permanecía escondido, hasta que por fin, en diciembre, lo sacaban del claustro. Era un ritual verlo bien acomodado en la mesa de la sala. Sin embargo, este año no estará con nosotros. Pues hubo un apagón (¿repentino?) y ante la premura de iluminación, él cumplió su destino en la vida: ser una vela.
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En medio de un tumulto de personas exasperadas frente a un supermercado, un hombre aferraba con sus dedos un pote de leche en polvo. Por encima de las cabezas, la  lata avanzaba como un premio.
“35bs la leche” gritó impetuoso un guardia. Cerca de mí escuché: “y por fuera está hasta en 200 bolívares”. Alguien acotó: “lo peor es que no se consigue”.
Y de repente, en medio del desorden, vi otra mano triunfante que se alzaba.
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Nueve de la noche, el twitter junto con un radio que apenas capta una estación, me mantiene iluminado el saber de lo que sucede en la penumbra. Reportes por doquier de la misma situación: no hay luz. Comienza la sátira: ¡pero tenemos patria! El pensamiento chilla contra el gobierno, contra la oposición, contra “las iguanas”, contra el acostumbramiento. El porqué del apagón se resuelve en segundos: un sabotaje, sin investigación, todo huele a sabotaje. Pareciera que esa palabra se amoldará perfectamente a cada problema que se padece. Pero resulta que entre más se dice, más se vuelve inverosímil. Suena hueca. Pierde credibilidad.  Pero sobre todo, se vuelve estrafalaria.
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Diciembre es la época donde olvidar es facilísimo (y no digo una temeridad).
En diciembre, se promete, se estima, se jura, pero lo peor: se vota.
Diciembre es una vorágine de bonches. Total, ya pagaron las utilidades.
El ambiente decembrino aletarga los ánimos.
La democracia se vuelve un copo de nieve: fría.
Nadie quiere saber de política, mucho han escuchado los últimos once meses.
Llega el 8-D y la hallaca es la gran tentadora.
El alcalde queda a la suerte de los otros.
Comienza enero y la lamentación se resume en: “coño que hemos hecho”
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Diez de la noche, ¡pobre San Nicolás! Da sus últimos halos de luz. El servicio eléctrico ya se ha restablecido en varios estados del país. “Falta poco”, es la única arenga que consigo para soportar el sofocón nocturno. No obstante, también falta poco para que San Nicolás se extinga y me deje finalmente sumido en la penumbra.
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María Bolívar marcó hito en la economía, su propuesta de bajar la inflación fue escuchada y de un tajo se bajaron los precios a diestra y siniestra. Nadie se queja de eso. Ahora bien, ¿y luego qué? Mucho se piensa en el presente, pero me cuestionó sino habrá repercusión en el futuro. Sólo espero que después no tengamos que decir: “dame una ayudaita”
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Una y media de la madrugada, los aparatos por fin encienden. A la mañana siguiente me tranquiliza enterarme de que esto no ocurrirá de nuevo porque militarizaran lo ya militarizado. Pero, por si acaso, no esta demás comprar otra vela con figura de San Nicolás.

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