Las antenas desgraciadas*
Maldita sea, quién me hubiera dicho que me daría
cáncer por vivir en este barrio. Éste fue siempre un barrio noble, tranquilo,
con parques y heladeros, con vigilantes particulares, con gente que se conoce
toda la vida. Quién me hubiera dicho que las antenas que pusieron en ciertas
casas vecinas traerían la desgracia al barrio
Niños más saludables enfermaron
de pronto y se fueron muriendo como pollitos sin que nadie se explicará por qué
se corrompían uno niños que no merecían ese final, después se murieron de
cáncer y de pena sus padres y sus abuelos, y ahora que me ha dicho que tengo
cáncer el doctor Almenara, me lo ha confirmado él mismo: es por la radiación de
las antenas que pusieron en los techos de sus casas los necios de Víctor
Monzón, Emiliano Botín y Manolo García-Pye ¿Por qué tuvieron que traer esas
antenas que trajeron la enfermedad y la muerte, unas antenas que se han llevado
a doce niños del barrio después de hacerlos sufrir en los mejores hospitales de
Houston y ahora me han hecho crecer una pelota cancerosa en el cerebro y me van
a humillar como si no hubiera sido suficiente la humillación de ser un pintor fracasado
e ignorado por su propia familia? Porque los necios de Víctor Monzón, Emiliano
Botín y Manolo García-Pye eran muy ricos y competían entre ellos para ver quién
ponía la antena satelital más absurdamente grande en el techo de su casa para
poder hablar por sus teléfonos encriptados sin que nadie los escuchara y no había
ley ni alcalde que les impidiera poner lo que les diese la gana y así pusieron
esas antenas gigantescas y luego vino pérfidamente la radiación y ahora los
tres están muertos y el alcalde ha mandado a retirar las antenas pero ya es
tarde, ya me jodieron a mí también, ya me comí la radiación y ahora ¿quién me
saca esta antena podrida que tengo en la cabeza?
Ahora que por fin soy rico, estoy muriéndome. Ahora
que puedo irme a vivir a Buenos Aires, a Nueva York, a Barcelona, no me dan las
fuerzas para tomar un taxi hasta el aeropuerto, la sola idea de estar en un
aeropuerto me da nauseas, me deprime, me frena por completo. He vivido toda mi
vida pensando en ser rico y cuando por fin me llueve la plata del cielo ya es
tarde para gastarla y disfrutarla. Mi madre asistirá a mi sepelio, dirá unas
palabras en mi memoria, elevará una plegaria sentida y se quedará con mi
dinero: es de ella, siempre fue de ella y a ella ha de volver cuando yo muera. De
momento hay una sola cosa que me da ilusión: caminar al parque cada tarde,
comprar un helado, conversar con el heladero y comerme el helado de lúcuma sin
apuro mientras veo cómo se derrite y caen las gotas en mis pantalones gastados.
Extraído de la carta de Jaime Bayly, popular presentador de televisión de Perú, al enterarse de que tenía cáncer.
*Titulo ficticio
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