Los finales que coleccionamos

 


¿Cómo habría sido la vida si a nadie se le hubiese ocurrido ponerle punto final a cada año? ¿Resolver que al calendario se le acabaran los días un 31 de diciembre o cuando fuera? Pese a toda explicación referente al Sol y su danza en torno a la Tierra, ¿se hubiese podido conciliar una vida actual así, sin un año que acaba?

Me resulta difícil convencerme de tal idea. Sobre todo porque si algo necesitamos son los finales. En todas sus presentaciones, requerimos de ellos. Que acabe la semana, el mes, el año, el capítulo, el libro, las temporadas, ciertas relaciones, nosotros. Así es como logramos darle sentido a algo: desde el final. Solo así aguardamos una esperanza, nos planteamos una meta, miramos al horizonte por donde se pondrá el ocaso y morirá la tarde.

Aunque nos cueste pensar en los finales, por lo doloroso que resulten o lo ignominioso que figuren, a la luz de algo que se acaba, es que podemos contarnos lo que sucedió porque ya cerrado el ciclo, lo miramos, ponderamos, lo significamos y resignificamos.

Este 2023 marcó para mí el fin de muchas ideas en las cuales dejé de creer y perseguir, pero para varios de mis amigos y allegados, les dejó la culminación de relaciones largas o sempiternas. De esas que uno piensa como inamovibles.

Es difícil decir que un final es bueno o malo, y mucho más si es uno ajeno, porque los finales por sí solo no se comprenden, sino en relación con lo finado y lo que les rodea. Constituyen un punto en un espacio que adopta diferente proporción desde donde se le mire.

Esto me lleva a pensar en una película reciente de Julia Roberts, Dejar al mundo de atrás. Cuando Laura, mi pareja, me preguntó por mi impresión, no supe cómo definirle el final. Sabía que no era el que esperaba, pero no por ello, lo podía calificar de malo, aunque me costaba llegar a decir que era bueno. Era un final concluso e inconcluso a su vez que solo dejaba interrogantes. Lo mismo que tantos finales.

Algo similar pasa con un 31 de diciembre para nosotros los del calendario gregoriano. Llega inexorablemente, aunque evitemos pensar en él. Y cuando estamos en plena celebración, podemos tomarlo como referencia para darle sentido a lo que sucedió en los meses y días previos, o cargarnos de sus preguntas, muchas veces necesarias, para abrir el nuevo año.

A pesar de ello, hay una sensación que viene con el fin de año, para bien o para mal, y es que nos da bríos para nuevos comienzos. Nos envalentona al máximo para emprender lo que nunca pudimos durante el año que acaba.

Quizás todo el meollo de los finales se resuma en que sin ellos no hay posibilidad de inicios.

©Jhoandry Suárez

Foto: Patrick Perkins.


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