El juego de los enmascarillados
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Jhoandry Suárez
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4:29 p. m.
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5
El juego de los enmascarillados
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| Fotografía: Andy Dean |
En esta pandemia me he inventado un juego que aplico solo cuando salgo a
la calle: ¿cómo es una persona sin la mascarilla? No sé si alguien más lo habrá
jugado, prefiero pensar que es un juego exclusivo, del que solo yo tengo las
normas y los pasos. Aunque lo pasos son simples, en realidad, se resumen en
uno, imaginar. Cuando alguien viene por la acera, con su tapabocas, comienzo a
sonar mi manojo de preguntas, ¿será que tiene bigote?, ¿será que al sonreír se
verá su dentadura postiza?, ¿tendrá una cicatriz en el mentón? Las respuestas
quedan a las meras conjeturas; conjeturas que luego la creatividad tejerá para
armar esa parte del rostro oculta.
En tiempos cuando nos dominan las imágenes, el ver sin restricciones,
¿qué significa que algo se nos niegue contemplar? Ya podemos incluso observar
la superficie de Marte en alta definición, allí apenas con solo guglearlo. Todo
se nos da al alcance de la mano (y de la vista). La mascarilla vino a
convertirse, además de un elemento de protección, en velo de algo tan elemental
como la sonrisa.
Esta "burka" contemporánea que nos ha tocado llevar en medio
de la pandemia bien cumple el papel de sus pares del Medio Oriente, esconder.
Dejar que la mirada recobre su puesto de "ventana del alma", porque esto
es principalmente lo que queda al descubierto. Nos ha tocado fiarnos de nuevo
de los ojos, de sus parpadeos, de sus señas; debajo quedan los gestos mudos de
la boca y de las mejillas, a merced del dibujo que hace de ellos nuestra
imaginación.
Una norma del juego que he mencionado, es jamás ver a la persona sin la
mascarilla, guardar la escena que nos hemos recreado de ella así tal cual, con
el bigote que quizás no tenga, con la dentada que tal vez se quede corta, con
la nariz perfilada que esa persona desea, pero no tiene. Nunca comparar la
pintura mental que hemos hecho con la original. Resistir a ver la película
cuando ya nos hemos armado el libro. De lo contrario, la imagen se romperá, sin
importar el resultado.
Al develar todo, la imaginación se desarma; lo real ya no queda
representado, si no evidenciado. Nos chocamos contra un muro infranqueable.
"Pero no era como yo me lo imaginaba", pensaría, con un suspiro
desalentado. O, “he acertado", un triunfo con el mismo sabor de perdida
para la mente que quería seguir en sus hipotéticas descripciones.
La mascarilla nos ha hecho retornar a la imaginación; a apreciar el
misterio como un germen del interés y erotismo, ese mismo que se ha venido deshilachando
en una sociedad que todo lo da, procesado y explícito.
Por eso, no le veo victoria alguna al hecho de andar en la calle sin
mascarilla en estos tiempos. Más allá de la norma moral que impone y de la
protección que brinda, quizás y alguien más ha salido a la calle y se ha topado
con mis ojos oscuros, mis cejas pobladas, la mitad de mi nariz respingada, y se
habrá preguntado, sin saber que es parte de un juego, cómo será la otra mitad
de mi rostro.
©Jhoandry Suárez
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