Los solos
Un día a la semana, se los juro que pasa un día a la semana, nos asalta
la sensación vestida y bien presente de que estamos solos. Sí, los venezolanos.
Pero ese día ya no nos vemos en plural, sino que nos miramos minúsculos, solos
como un único venezolano. Tan solos como aparecemos en la cédula identidad,
diría Leonardo Padrón.
Entonces, como conjura aparece la nostalgia y el anhelo de una Venezuela que vimos pasar o que habita en la memoria y verbo de una abuela cuando contaba su infancia y juventud. Son días en pretérito. Más que mirar el futuro, nos colocamos el reflector de lo que fue, encima de lo será.
Nos sentimos huérfanos de todos y de nadie: de lo divino, del destino escrito, de los políticos, de quien emigró, del vecino, de la televisión, de los chistes, y nos preguntamos mil y una vez, más si es de noche y escuchamos la casa en silencio, ¿cómo apagamos tanta soledad encendida en el corazón?
Queremos reclamar, gritar, lanzar una voz en cuello, romper las cuerdas vocales, que nuestra voz se múltiple y sea la compañía que necesitamos. Pero nos encontramos un nudo en la garganta, una incertidumbre de alcabala y la certeza casi dogmática de que nos tildarán de locos.
Y en el mundo somos pequeños fragmentos que se sienten aislados, aunque se formen comunidades, la arepa con caraotas sea el olor de una esquina de Santiago y un guarapo de limón con panela nos moje los labios de nuevo. Porque ya Venezuela no es este país, sino que está en todos los rincones soñando volver y así verse completa de nuevo. Y este es un sueño que toca la puerta con más insistencia y ahínco una vez a la semana.
Entonces, como conjura aparece la nostalgia y el anhelo de una Venezuela que vimos pasar o que habita en la memoria y verbo de una abuela cuando contaba su infancia y juventud. Son días en pretérito. Más que mirar el futuro, nos colocamos el reflector de lo que fue, encima de lo será.
Nos sentimos huérfanos de todos y de nadie: de lo divino, del destino escrito, de los políticos, de quien emigró, del vecino, de la televisión, de los chistes, y nos preguntamos mil y una vez, más si es de noche y escuchamos la casa en silencio, ¿cómo apagamos tanta soledad encendida en el corazón?
Queremos reclamar, gritar, lanzar una voz en cuello, romper las cuerdas vocales, que nuestra voz se múltiple y sea la compañía que necesitamos. Pero nos encontramos un nudo en la garganta, una incertidumbre de alcabala y la certeza casi dogmática de que nos tildarán de locos.
Y en el mundo somos pequeños fragmentos que se sienten aislados, aunque se formen comunidades, la arepa con caraotas sea el olor de una esquina de Santiago y un guarapo de limón con panela nos moje los labios de nuevo. Porque ya Venezuela no es este país, sino que está en todos los rincones soñando volver y así verse completa de nuevo. Y este es un sueño que toca la puerta con más insistencia y ahínco una vez a la semana.










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