¿Quién no existe?

En el país existe una fuerte disputa por refutar la existencia de tres personajes en esta Navidad: San Nicolás, el Espíritu de la Navidad y el dólar paralelo.

Ricardo Araure: Claro, recuerdo quién me truncó la Navidad hace 20 años, un primo de Maracay. Él vino a pasar un diciembre en casa de mi abuela y casualmente también fui. Lo primero que me dijo al llegar fue: “¿todavía creyendo en San Nicolás? Ya vas a ver cómo tu papá aparece a medía noche para dejar los regalos”. Aunque de inmediato no le quise creer, me sembró la duda. Teníamos la misma edad: 10 años.
Esa noche no quise dejar a mi padre ni un momento solo. Quería desenmascarar la supuesta mentira que desde pequeño me repetía. Até cabos y si me pareció extraño nunca ver trineos, renos (¿a los renos le afectaba el calor de Maracaibo?), un gordo extraño. Justo, unos minutos después de la medianoche, se acabó mi ensueño navideño: detrás de cada “¡ho, ho, ho!”, entre los regalos recién acomodados, estaba la cara de mi padre palidecida por mi presencia.
Años después fui a vivir a casa de una tía. La mujer cada 21 de diciembre comenzaba a colocar velas por doquier. Lo peor, el incienso. El aroma era tan fuerte que pensé que el Espíritu de la Navidad era lo más parecido a perder el conocimiento. Siempre tuve claro que el ritual era una superchería de la gente para atraer la buena suerte. Pero, para mi tía era una ceremonia sagrada. Nadie la contrariaba. También, porque, por si acaso, preferíamos mantener la idea de un porvenir prospero. Quién sabe sí después vendrían las vacas flacas. En la fecha señalada, preparaba una cena e invitaba a toda la familia. “Rosalinda que ricas las hallacas”, la halagaban mientras tosían por el ambiente denso de incienso. Ni los fumadores se atrevían a encender un cigarro.
Recientemente, mi tía Rosalinda me llamó pavorida y me pidió que le consiguiera velas, pues no quería abandonarse a los vaivenes de la fortuna del 2015. Quizás, también compré para mí.
Ahora bien, lo único que me cuesta creer particularmente en esta Navidad es la inexistencia del dólar “negro”, de su ausencia total, de su presencia intangible.
Escuchar declaraciones en la que se refiere con infundada certeza la invisibilidad de un dólar paralelo, me recuerda cuándo me anunciaban que San Nicolás ya bajaba por la chimenea (qué cosa tan curiosa, nunca tuve chimenea). A diferencia de él y del Espíritu de la Navidad, el dólar invisible es un monstruo omnipresente.
Todos los días reviso para conocer su valor. Parece una cotización en la bolsa de Wall Street, pero que nunca baja. Ya roza los 200 bolívares, ¿Quién lo imaginaría?
Con razón proliferan los “raspa cupos”, solamente están pendiente de cuánto pueden obtener por cambiar los dólares viajeros a la moneda nacional. Hace tiempo que mis amigos turistas no me traen suvenires del extranjero. Creo que ni agua beben para traerse completo los cupos*.
Hasta el precio de una tabla va a la par del precio del dólar paralelo. Los Sicad y el Cencoex no han detenido su repunte. Claro que no existe, pero para quién lo ignora.
Es por ello que el rostro del Presidente durante la declaración me recordó vivamente a mi padre explicándome aquella noche de mi descubrimiento: “Ya pronto llega Santa, mientras tanto me dejó los regalos para acomodarlos”.
Sin dudas, ninguno (o alguno) existe.

© Jhoandry Suárez



 *asignación de divisas del Estado venezolano.


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