China, el gato que caza más ratones

Extraído del libro Cuentos Chino de Andrés Oppenheimer, 2005.

“Y entonces”, dije, “¿Qué ha quedado del comunismo en este país?”
Hong [subdirector de Información del Ministerio de Relaciones Exteriores de China]  cambió su talante de inmediato. Depositó los palitos chinos en la mesa y abandonó de un segundo a otro su jovialidad para adoptar el aire de gravedad con que funcionarios comunistas suelen explicar el mundo a los infieles. “Nosotros seguimos siendo comunistas. Lo que ocurre es que el comunismo es un ideal a largo plazo, que puede tardar doscientos o trescientos años en alcanzarse”, me dijo el señor Hong, mientras sus dos asistentes asentían con la cabeza. “Durante la década del cincuenta, nuestra percepción del comunismo no era la correcta. Cometimos el error de adoptar políticas destinadas a implantar el comunismo de la noche a la mañana. Sin embargo, como ya lo decía Marx, el comunismo debe darse en una sociedad que ya alcanzó el bienestar material”
¿Pero acaso no son estas acrobacias verbales una excusa del Partido Comunista para no admitir el fracaso de su modelo ideológico y mantener en el poder como partido único?, pregunté. El señor Hong había vivido muchos años en el exterior, conviviendo con periodistas occidentales, de manera que calculé que no era demasiado arriesgado hacer esta pregunta. Seguramente, se la habían hecho muchas veces antes. “De ninguna manera. En China ternemos una democracia de un partido, que es lo que necesitamos”, contestó, sin un trazo de agitación. El argumento era sencillo: China tiene 1300 millones de habitantes, de 55 grupos étnicos diferentes, con tantas tensiones sociales latentes que era impensable un sistema multipartidista. Con 800 millones de personas en la pobreza, “no podemos correr el riesgo de turbulencias”, dijo.
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Sin poder evitar una sonrisa, comenté que, a los ojos de un extranjero, China estaba en una marcha acelerada hacia el capitalismo. Si el 60 por ciento de la economía ya estaba en manos privadas y el propio gobierno chino admitía que otros cientos de miles empresas estatales serán privatizadas en el futuro próximo, y que el traspaso de empresa era “el mayor motor del desarrollo económico” – como me lo había dicho el señor Zhou, el alto funcionario del Ministerio Nacional de Desarrollo y Reforma-, no había que tener un doctorado en Economía Política para sospechar que China estaba dejando atrás el comunismo a pasos agigantados y que se seguía aferrando a la retórica marxista sólo para justificar su monopolio absoluto del poder.

Cuando salimos del restaurante, bajando por la escalera mecánica del centro comercial donde estábamos, le comenté a uno de los funcionarios que caminaba a mi lado que en los Estados Unidos hay un dicho según el cual si algo parece un pato, camina como un pato y suena como un pato, debe ser un pato. “Nosotros tenemos un proverbio parecido”, me contestó el funcionario, encogiéndose de hombros con una sonrisa. “El presidente Deng Xiaoping solía decir que no importaba de qué color sea el gato: lo importante es que cace ratones” 

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