Cinco para las 12…


Cuestión de perspectiva

Y los que fueron felices en 2018 no pararán de pensar que encontraron la felicidad en un año difícil, se sentirán dichosos, sonreirán, se alegrarán, mientras que los que estuvieron tristes se arrimarán a la melancolía y se justificarán, quizá con razón, del año tan complicado que sobrellevaron. Fue el mismo año para los dos y a los dos les sirvió de algo.


No pensemos en culpas

Levanta la copa, brinda y celebra. No está en su país, ni tiene cerca a su gente venezolana. Está en medio de un frío lejano. De visita en la casa de sus nuevos amigos desde que llegó como emigrante. No se reprocha festejar a pesar de que el resto de su familia continúa en Venezuela. Tres meses de culpas ya superadas es el resultado de una vida más resuelta a disfrutar. Las nostalgias siempre quedan y se asoman por las noches. Preparan otro brindis, sus anfitriones le conceden el nuevo motivo para agradecer. Lo piensa. Cuando está a punto de anunciar su motivo, calla abruptamente y mastica de nuevo lo que dirá. “No hay nada por lo cual brindar –asegura- ya el brindis está hecho y somos nosotros que, siendo emigrantes, cubanos y venezolanos, hemos encontrado un lugar fuera de nuestro hogar”.


Sin impunidad

Y antes de que llegue la medianoche del 31 de diciembre, alguien o muchos alguien, se sentará o se sentarán en un lugar de la casa, con la radio encendida para escuchar el festejo previo al Año Nuevo con el respectivo conteo regresivo. Suspirará o suspirarán y cuando escuche o escuchen el primer cohete dándole la bienvenida al 2019, llorará o llorarán por el año que pasó, lo insultará o insultarán, lo echará o echarán como si fuera un intruso; el dolor, la rabia y los recuerdos pasarán factura, que no piense el 2018 que se iba a ir en blanco, por lo menos una mentada debía llevarse.


A corta distancia

Los Ramírez, papá y mamá, ya cansados de que todos sus amigos, otros señores pisando los 45 años, se desenvolvieran tan bien usando la tecnología para comunicarse con sus hijos en el exterior, decidieron también aprender los entretelones de sus teléfonos inteligente, sobre todo, para hacer una videoconferencia con su hijo Julio. Con tutoriales, tropiezos y pequeñas victorias, fueron dominando el mundillo llamado Android. Su graduación sería en la cena del 31 de diciembre cuando se atrevieran a llamar a su primogénito. A solo cinco minutos para las 12, lo hicieron. Una voz medio perezosa acompañada de un rostro somnoliento, les contestó. “¿Me pueden explicar por qué me hacen una videollamada?”, “Pensamos que esta es la única forma de por lo menos hablar hoy. Ya casi ni conversamos”, “Pasas los días conectado a una pantalla, bueno, aquí estamos nosotros”, disparó la señora Ramírez. “Está bien ya bajo a comer. Por cierto, me tienen que explicar cómo aprendieron a hacer una videollamada, ¿eso no es muy avanzado para ustedes?”.


Nada cambia

Entre el año viejo y el año nuevo, ¿qué cambia? Nada, absolutamente nada. Aún, en la bruma del primer día, un espectáculo para los sobrios y desvelados, el día es igual a su antecesor. Pareciera más bien que es la conciencia de una nueva puerta que se abre la que nos estimula a otorgarle la categoría de distinto, a imaginar entre las hendijas de los minutos, la novedad que nos espera. Nos aferramos a la idea de que el nuevo año será un acontecimiento memorable para nuestras vidas, con respuestas, oportunidades, amores, ilusiones. Un nuevo año, por lo tanto, es el artificio que encontraron la esperanza y la intriga para despertarnos la vida al filo de cada 365 días, aunque no pase nada.



©Jhoandry Suárez
Foto: AP

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