¿Cuánto te extrañaremos, Lolita?



Lolita es enfermera, muy conocida por pocos. Otros la conocen como la mujer que vende cigarrillos en su casa en la calle Independencia. Hay un reducido grupo que no la conoce ni por enfermera, ni por comerciante de cigarros; sino, por manicurista. De allí que, en un local en un centro comercial en ruinas, un letrero anunciara con escarcha, un rosado cansado y tres mariposas pérdidas, “Salón Lolita”. Una “artista” para las 10 clientes que le servían las uñas semanalmente para que hiciera de ellas una vitrina de las últimas tendencias. Delfines y arcoíris no faltaban en sus obras.

Lolita se caracterizaba por taconear sus zapatos con la puntualidad de la muerte en el hospital donde trabajaba. Su presencia menuda y con un pelo desparramado era anunciada por su histrionismo. Su espíritu quedaba rezagado ante su ímpetu incansable para subir y bajar los 4 pisos del edificio. “Lolita, busque esta historia”. “Lolita, más rápido que se nos muere el viejo”. Como vendedora de cigarros, no le faltaba una pañoleta amarilla que le cubría la frente, con un labial carmín intenso que se desaparecía tras las caladas a los 10 cigarros que fumaba en una tarde. “Lolita, deja el cigarro, te va a llevar a la tumba”. Apenas terminaba de escuchar este sermón, se perdía con más ahínco en el vicio.

Un día, los tres grupos que conocían a Lolita ya no la volvieron a ver más. Exactamente desde el 24 de abril. La desaparición logró lo insospechable, que los tres grupos se encontraran. La buscaron en cada rincón y no encontraron rastros. El desparpajo le dio nuevos matices a la imagen de Lolita que cada uno tenía. “Yo la conozco con el pelo malo”. “Siempre la he visto con una pañoleta y usando un delantal de repostería”. “La última vez que la recuerdo fue usando pestañas y uñas postizas”.

Las mujeres con las uñas de delfín alardearon frente a todos de la habilidad de su manicurista. En el hospital sin haber pasado una semana, ya sorteaban el locker que pertenecía a la desaparecida. Los clientes habituales de cigarros comenzaron a sufrir de crisis de ansiedad por la abstinencia. Lolita, aparece.

Los cuerpos de investigación entraron en escena haciendo alarde de sus chapas bien pulidas e impolutas. Emprendieron el procedimiento de rigor. Lo primero era precisar cómo era Lolita. Vieron fotos, escucharon retratos hablados y cada vez quedaban más asombrados. No llegaron a tener una versión única de cómo era la mujer. No sabían a quién buscaban. El jefe de la delegación, un poco confundido por la situación, ordenó buscar a tres mujeres. Es decir, a tres Lolitas. Una con el cabello rizado, otra con el pelo planchado y la última con bastante maquillaje en el rostro. Muchos criticaron la resolución: si encontramos a una Lolita, porque en realidad es una sola, la gente nos pedirá que busquemos a las otras dos.

El vecino, de un vecino, de otro vecino, escuchó que Lolita se había ido del país. La vieron cruzar el 24 de abril un puente internacional. “Iba con dos maletas y un niño”, lanzó como pormenor. Entonces, de rumor en rumor, la presencia del niño fue el aditivo para las historias más variopintas.

Lolita se convirtió en el desayuno, la hora del té, la discusión en la radio, el nombre en el teleprónter. Pero, un día soleado y tranquilo cayó una noticia en forma de centella.

En la morgue principal entró un cadáver con las mismas características de uno de los retratos. Una bala en el estómago había sido la respuesta del ladrón que le pidió tres veces el celular. El rigor mortis precisaba como fecha de deceso el 24 de abril. Los forenses esperaban que algún familiar se acercara a reconocer el cuerpo, lo cual nunca sucedió.

Hubo luto en los corazones que abrigaban la esperanza de que Lolita regresara. En varias casas, le rezaron la novena completa. Algunos se consolaron diciendo: “al menos nos quedan otras dos Lolitas vivas”.

Los investigadores no sabían si detener el proceso o seguir indagando más, cuando se desató la conmoción nacional. Se supo, por una “fuente allegada al caso”, que ya se estaba asomando la posibilidad de engavetar el asunto. Las protestas amanecían con un cartel y un megáfono en las oficinas policiales. Los detectives, por fin, dieron la cara. Seguirían buscando solo a otra Lolita; daban por sentado que una emigró y la otra murió.

Los manifestantes celebraron y le dieron poca importancia al hecho de que buscaran a una. Lo importante era que apareciera.

Los abstemios de cigarrillo no aguantaron más y cayeron en el alcohol. El hospital sin Lolita contrató a otras tres enfermeras para tratar de cubrir la vacante que dejó. Las clientas sabatinas se resignaron y sus uñas pasaron de ser un arrecife a un desierto de colores quebrados.

Pasó un mes cuando dos fotos comenzaron a circular de celular en celular. Era Lolita con un hombre saliendo de una tienda de ropa. Iban de manos, muy cercanos, vestidos de forma casual y con la mirada tonta de enamorados. Las conservadoras se llevaron la mano a la boca. No podían creer lo cínica que era Lolita. Medio país buscándola y ella se había escapado con un hombre.

De dónde salieron las fotos, nunca se supo. La policía confirmó que el rostro era el de la Lolita que buscaban. El otro era un empresario libanés que había llegado el 24 de abril al país por vacaciones. A los oficiales les complacía saber que una de las Lolitas era feliz, así que decidieron de una vez por todas cerrar el caso. Nadie chisteó.

La calma volvió tras el desenlace. Ahora el suceso de un hombre que engañó a su mujer con su mejor amigo era el desayuno, la hora del té, la discusión en la radio, el nombre en el teleprónter.

Los más críticos, no obstante, aún se preguntan si se había heco todo por esclarecer el caso de Lolita o las Lolitas.


©Jhoandry Suárez
Foto: @kennyjo

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