De Venezuela al encuentro con el Papa


Parlar con italianos, intentar entenderse con alemanes, buscar lugar en medio de una multitud de católicos, conocer a centenares de personas que compartían una misma fe y poder ver al Papa, fueron parte de las experiencias de Diego Sandoval, cuando en 2011 este joven venezolano asistió a la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid.

Grupo  de peregrinos de Venezuela en España. Diego Sandoval, último a la derecha

En la mañana del 7 de agosto de 2011, Diego Sandoval salió con gran expectativa del aeropuerto internacional La Chinita con rumbo a Maiquetía. La despedida en su casa en La Concepción, localidad al oeste de la capital zuliana, había estado envuelta de sentimientos encontrados, ya que estaría ausente durante tres semanas y, aunado a eso, nunca había viajado sin sus padres y mucho menos fuera de su país natal.
Iba acompañado de un amigo, Fernando Jiménez, y de su hermano, Daniel Sandoval. En Madrid, su destino, les esperaban otros dos amigos: fray Santos Martínez y María J. Paz. Todos formaban parte del grupo peregrino carmelita Santa Mónica, el cual se encargó de gestionar los trámites para ir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en la capital española y de recaudar fondos para costear el viaje mediante rifas y bazares. En el grupo Diego también recibió una catequesis quincenal de preparación para el encuentro mundial, la cual fue impartida por la coordinadora, María J. Paz.
Al llegar al aeropuerto de Maiquetía, en uno de los pasillos del terminal aéreo Diego se encontró con Iván Arrieta, coordinador en Maracaibo del grupo juvenil para la JMJ, quien le entregó 8000 euros para repartir entre todos y los cuales fueron gestionados por la Arquidiócesis de Maracaibo en conjunto con el Arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Sabino. Acto seguido, en un baño los jóvenes zulianos dividieron la cantidad en 1600 euros para cada uno y los ocultaron en sus cuerpos de toda mala intención.
Sentado en la aeronave con rumbo a Europa, el venezolano recordó a un amigo que no iba con él al evento, Manuel Rodríguez,  y quien le propuso, hacía un año, ir al encuentro mundial. Como jamás había escuchado de tal evento en su iglesia, le pareció absurdo; sin embargo, investigó y se dio cuenta de lo fascinante que sería conocer al Papa y a miles de católicos de otras naciones. Así que le comunicó su intención a su familia y esta no dudo en apoyarlo debido a sus profundas raíces católicas. Además, él también soñaba con recorrer el mundo inspirado por las historias que su tío, un ingeniero petrolero, le contaba de sus viajes a Europa y Oriente Medio.
Al otro lado del Atlántico se encontraba su meta anhelada: la JMJ, un evento trienal que reúne a millones de católicos en una ciudad. El encuentro propuesto por el papa Pablo VI en 1975 para incentivar a los jóvenes católicos, había sido impulsado en 1985 por Juan Pablo II y en 2011 estaría presidido por Benedicto XVI.
Próxima parada a su sueño: escala en el aeropuerto de Fráncfort.


El sol duerme tarde

A las 11 de la mañana (hora local) llegó su vuelo a Frankfort. Policías alemanes de  dos metros de altura, rubios sin igual y con mirada inquisitiva y desconfiada lo abordaron de inmediato con preguntas acerca del motivo de su viaje. Él, junto a su hermano y su amigo,  contestó con un inglés poco versado y les mostró el pase de embarque, un documento que indicaba la escala del vuelo en el país germano. Aunque las autoridades no quedaron muy convencidas, le sellaron su pasaporte y lo dejaron entrar.
Debido a lo inmenso del aeropuerto, para Diego hallar la puerta de abordaje era lo más parecido a buscar una aguja en un pajar. Mientras intentaba encontrarla, se topó con brasileños, quienes bailaban samba; polacos, algunos de ellos vestidos con sus trajes típicos; así como también, franceses y alemanes los cuales coincidían con su destino. Además, logró reunirse con todo el grupo de Venezuela que iba a Madrid.
Al arribar, por fin, a la capital española, los peregrinos inscritos en la JMJ tuvieron una recepción especial en el aeropuerto de Barajas. Después, los venezolanos fueron trasladados a Toledo.
De camino a Toledo, hubo un suceso que sorprendió a Diego: a pesar de ser las 8 y media de la noche, aún se podía ver el sol,  tal como si fuera pleno día.  El conductor del bus les explicó a todos que se debía a la temporada del año en que estaban: el verano; además, que la luna salía como a las 10 de la noche. Para él, aquello significaba otro golpe más a su reloj biológico.
El motivo de que fueran a Toledo era participar en la antesala de la JMJ, denominada Días en la Diócesis, en la que durante una semana se encargarían de evangelizar  un municipio  español, en el caso venezolano, Torrijos. A pesar de eso, Diego y su hermano se quedaron en un municipio cercano, La Torre de Esteba Hambrán con la familia Alonso.
Su primera noche en España, lleno de emoción, conversó hasta tarde con la familia que lo albergaba. Para la familia española era inverosímil que en Venezuela se llenara el tanque de gasolina de un automóvil con menos de un euro, mientras que ellos gastaban hasta 85 euros.
Torrijos, con su aspecto colonial y pintoresco, les abría las puertas a los recién llegados y durante siete días los venezolanos lo recorrieron de punta a punta y realizaron actividades de evangelización y formación católica. Allí Diego se enteró de un dato muy curioso: el porqué de que un territorio tan pequeño tuviera una iglesia tan grande como la Colegiata del Santísimo Sacramento. Se debía a que en la Edad Media la Iglesia Católica le quería demostrar a los árabes invasores de la península ibérica que el Dios cristiano era más grande que Alá.  
Luego de que la familia Alonso no los pudiera seguir alojando porque se irían de vacaciones a Barcelona, fue la alcaldesa del municipio de La Torre, Mercedes Giner, quien los alojó.


El perfume francés

El día anterior a la apertura de la JMJ, Diego fue enviado con sus compañeros del Zulia a un gimnasio en Madrid para pasar la noche. Sin embargo, ninguno pudo dormir en ese sitio debido a un olor repulsivo. Al averiguar, descubrieron que la causa era la inmensa cantidad de franceses y polacos acompañándolos y cuyo hábito no era bañarse con frecuencia ni usar desodorante por el ambiente frío donde vivían.
Sin poder hacer nada ante la situación, salieron del gimnasio y durmieron en un rincón en sus sacos de dormir, pero esto no les molestó porque el aire libre era más fresco.


Festival de la juventud

Logo de la JMJ de Madrid
El 16 de agosto comenzaría oficialmente la JMJ por lo que Diego se trasladó al barrio administrativo de Aluche, en Madrid.  Allí recibió una credencial y una mochila peregrina, la cual contenía una gorra, una franela y otras prendas con el logo de la JMJ, además de ocho folletos, cada uno en un idioma diferente, con el cronograma de actividades a efectuarse durante la semana del evento católico.
Luego, en horas de la tarde, se dirigió a la plaza de Cibeles, donde le impresionó ver miles de católicos reunidos. La plaza quedaba corta, apenas se alzaba sobre la multitud un palacio blanco relumbrante, el Palacio de Comunicaciones. Allí el cardenal español Antonio Rouco Varela dio inicio oficialmente a la JMJ Madrid 2011, sucesora de Sídney 2008.
Desde ese día, Diego se quedó en un colegio público de Aluche y por alguna razón, el destino se empeñaba en juntarlo con los polacos y franceses, no obstante en ese sitio el olor era más soportable.
Mientras la semana avanzaba, cada día era una experiencia nueva. Al abrir el folleto de actividades, podía elegir entre ir a catequesis, conciertos, visitas a hospitales o vigilias. Nadie le exigía a algún peregrino vivir la JMJ, cada quien era libre de decidir a cual actividad asistir. Así que hubo días en donde Diego simplemente caminó por las calles atestadas de peregrinos para conocer a católicos de otras nacionalidades.
En la JMJ, el venezolano se hizo muy amigo de los jóvenes italianos –una de la razones era porque su familia venia de ascendencia italiana- y con ellos compartió usualmente en la hora del almuerzo; además, intercambio souvenires. No obstante, Madrid para él se convertía en  algo especial por la variedad de naciones, colores y razas que recibía y que compartían consigo una misma fe.
Por fin pudo ver al Papa el día de su llegada a España, dos días después de la apertura de la JMJ. El pontífice reunió a todos los jóvenes en la plaza de Cibeles y allí les dirigió unas palabras, algo que para Diego fue tedioso, ya que el Papa hablaba en un idioma diferente cada minuto, es decir, escuchaba unas cuantas palabras en español y luego no entendía ni pizca. Sin embargo, eso no aminoró su emoción al verlo.
Los días posteriores, sorteando inconvenientes como el metro colapsado y no poder comer donde le gustaba, en McDonald’s, debido a que estaba repleto, Diego pudo vivir algo totalmente diferente como católico: un festival fascinante de juventud. Sólo se lamentó por no haber ido a un concierto en el Santiago Bernabéu, un lugar que lo cautivaba por su historia futbolística, porque supo que la cantidad de asistentes excedía la capacidad del estadio.
El acto cumbre del evento tuvo lugar en el aeródromo de Cuatro Vientos, a las afuera de Madrid, el 23 de agosto. Al llegar allí subió una colina desde la cual pudo ver una escena que lo conmovió: millones de jóvenes reunidos en la planicie del aeródromo y cientos de banderas ondeando.
El papa Benedicto XVI, ya entrada la noche, presidió una multitudinaria vigilia, la cual fue interrumpida por una intempestiva lluvia. Cuando se reanudó, el grupo venezolano aprovechó para hacer una fogata, al estilo de un campamento, y alrededor de ella contar sus anécdotas y experiencias del evento. A la mañana siguiente, el Papa ofició la misa de clausura del evento y anunció que la próxima JMJ sería en Río de Janeiro en 2013, lo cual encendió la algarabía de los brasileños presentes. Luego de sus palabras, ríos de peregrinos emprendieron el regreso a su país.
Gracias a las gestiones de fray Santos, Diego se quedó una semana más con su hermano en la Casa Provincial Carmelita, al norte de la ciudad capital, y pudo pasear por las calles menos ajetreadas y congestionadas de Madrid. Además, pudo percibir la forma de pensar mente abierta” de los españoles, expresada principalmente en hombres que se tomaban de la mano sin ningún pudor, lo cual contrastaba con la mentalidad de su país.  
Después de la experiencia y ya en Venezuela resonaron en su mente las palabras del papa Benedicto XVI en Cuatro Vientos: “Todos sean portavoces de los vivido en España, no se reserven nada y denlo a conocer.”

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